A los dragones japoneses se los encuentra cerca de los ríos, durmiendo en los lagos, habitando las profundidades del mar. Seguramente podemos encontrarlos en los jardines de la milenaria ciudad de Kyoto. A comienzos de la primavera visitamos el Kinkakuji, ji significa templo, kaku pabellón, kin dorado: el templo del pabellón dorado. El nombre es sugestivo y se corresponde con el hermoso lugar, donde el pabellón se yergue silencioso y majestuoso frente a un bello lago con islas. El templo es impactante, parece estar vivo. Su cubierta de oro se refleja en las aguas tranquilas. Estamos en el mismo lugar donde 500 años atrás la nobleza de Kyoto se complacía en la práctica de la poesía, la contemplación de la naturaleza y los paseos en barca por el lago. Cuando el Shogun que lo mandó construir murió, el complejo se convirtió en un monasterio budista, de acuerdo a su deseo. Su nombre original era Rokuonji, “templo del bosque de las gacelas” evocando el famoso bosque de Benarés, India, donde Gautama Buda recitó su primer sermón sobre la iluminación.
Detrás del pabellón hay un pequeño bosque cuyo suelo está cubierto por musgo y una cascada solitaria, aquí encontramos los indicios de la presencia del animal fabuloso. La cascada se llama Ryumon Baku, baku, cascada, mon puerta y Ryu, dragón: “cascada de
En la continuación de nuestra búsqueda del dragón, visitamos el famoso Ryoanji: templo del Dragón Pacífico. Pero aquí no encontraremos lagos ni cascadas, el jardín está hecho con unas cuantas rocas, arena blanca y el musgo que crece al pie de las rocas. La denominación del jardín es una con el lugar, parece haber allí una gran fuerza conciente en estado latente.
Las rocas son quince, reunidas en grupos de tres, cinco y siete. El resto es arena rastrillada en una forma precisa y delicada, delineando el contorno de los grupos de rocas. El rastrillaje es realizado por los monjes como parte de su práctica diaria. Se ha interpretado la composición del jardín seco como grupos de islas esparcidas por el mar de arena. Otros dicen que son cachorros de tigre nadando en el mar. Creemos que el sentido se encuentra en la vivencia que provoca en el espectador, no debemos buscar allí un significado racional. Uno puede pagar unos cuantos yenes para poder mirar el jardín seco, pero verlo realmente, con el ojo interior, no tiene precio. Lo que yace oculto es la experiencia interna que surge al contemplar la composición. El contenido de la forma la debemos buscar en la contemplación zen que busca el satori, versión japonesa del nirvana que se destaca por su cualidad súbita. El satori no se puede alcanzar con la voluntad, el esfuerzo o una práctica gradual. Es inmediato, un chispazo, una revelación. No hay representación ni simbolismo en el Zen, hay acción y percepción directa.
Esa revelación es la contemplación del dragón pacífico que yace en el mar de arena. Es hacerse uno con lo observado, volverse uno con el grandioso animal, transformarse uno mismo en la suprema fuerza del dragón apacible.
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