domingo, 15 de julio de 2007

Crónica de una peregrinación anunciada

De alguna forma se apoderó de nosotros la idea de que ir a Japón y no visitar el monte Fuji es como viajar a Egipto y no visitar las pirámides de Gizeh. Postales, fotos, propagandas en TV, remeras, pinturas, estampas, por todas partes recibimos el llamado del monte sagrado. ¿Cómo desoírlo entonces? ¿Cómo ignorar la presencia majestuosa de ese arquetipo que aunque lo veamos despiertos, parece salido de un sueño?

Acudimos al llamado entonces, comenzando nuestra moderna peregrinación el pasado 9 de julio. La temporada de ascensión apenas había comenzado, y esperábamos que un lunes no hubiera tanta gente ascendiendo como la que habíamos visto en algunas fotos. Es que durante los meses de julio y agosto, cuando se permite subir al monte, cerca de 300000 personas se lanzan a la ascensión, un promedio de 5000 personas por día no contribuía para nada a nuestra imagen romántica del viejo peregrino subiendo con su bastón hasta la cima. Tampoco contribuían las decenas de colectivos y edificios que encontramos en la 5° estación, un complejo de restaurantes y negocios situados a 2400 metros de altura, 400 metros por encima del Cerro Uritorco o el Catedral, las máximas alturas que habíamos llegado hacia unos años atrás. Igualmente faltaba bastante para llegar a la cima, a casi 3800 metros. Por eso decidimos tomar un bus hasta allí y no comenzar la ascensión desde la base, cosa que nos demandaría 10 horas en forma continua.

Comenzamos a ascender desde allí a las 13:30. Al principio nos cruzamos con bastante gente que regresa y nos saluda con un alegre Konnichiwa! Se respira un ambiente de camaradería. La primer etapa, entre la 5 y la 6° estación es bastante agradable, un camino que discurre en medio del bosque. Es amplio, absoluta y exageradamente señalizado. Nada que ver con las picadas de los cerros argentinos. Eso le brinda artificialidad al paisaje, pero al mismo tiempo, si pensamos en la cantidad de gente que sube, sería un infierno para los encargados de la seguridad si no estuviera marcado el camino con tanta claridad. Además, el suelo es piedra volcánica suelta, por lo tanto también se han construido a lo largo del camino decenas de defensas y muros que hacen que no se produzcan movimientos de tierra.


Llegamos a la estación 6° en apenas 30 minutos. Como las construcciones que siguen, es una especie de cabaña larga con la espalda incrustada en la montaña. Compramos una botella de agua a 300 yenes (el precio normal es 120) porque sabemos que cuanto más arriba estemos más cara saldrá, ¡Cómo se extraña el agua fresca y pura (y gratis) del arroyo del Cerro Catedral! El paisaje ya ha cambiado bastante, se ven algunas notas verdes en la inmensidad de la superficie negra y roja del volcán. La visión es bastante surrealista, más que nada por la densa neblina que estamos atravesando, por momentos podemos ver a sólo 10 metros. Estamos perdidos en las nubes. Ahora sé como viven algunas personas.



Sólo nos queda…seguir subiendo. Cada vez se torna más pesado el ascenso. El oxígeno parece que empezara a escasear, eso se traduce en dolor de cabeza. Así llegamos a la estación séptima, a 2700 metros. Desde aquí los distintos albergues se suceden, 100 metros más y pasamos por el albergue Toriiso, reconocido por el torii rojo que se ve desde lejos (foto derecha)


Desde aquí podemos ver la densa capa de nubes que ha quedado abajo.

Continuamos, el ascenso se ha vuelto más escarpado, extensos manchones de nieve se pueden ver a lo lejos, mientras el sol parece que va a desaparecer tras la línea de la pendiente.

Pero es temprano aún, hacia las 4 de la tarde llegamos casi a la 8° estación, a unos 3000 metros de altura. Tiempo de merienda, un poco de descanso y a seguir hacia el albergue que habíamos reservado. Antes aprovechamos para sacarle una foto a la flor silvestre que habita en las alturas. A partir de allí no hay más vegetación. A las 6 de la tarde llegamos al albergue Tomoekan, a 3360 metros de altura. Nos reciben con una tasa de te verde caliente. Los “aposentos” son colectivos, una especie de cama cucheta grupal sin separación alguna entre un futón y otro. Ya no queda mucho por hacer, la tarde cae y el cansancio hace presión para que la hora de acostarse llegue pronto. Son las 8 de la noche y nos hemos acostado. Como lo habíamos previsto, un lunes a comienzo de temporada no hay mucha gente subiendo. Debe resultar imposible pernoctar allí un fin de semana, dicen que la gente no tiene espacio siquiera para darse vuelta cuando duerme. A pesar de ello, no descansamos muy bien, el futón es duro, no tanto como el piso de una carpa pero casi, y más que nada, la disciplina de los escaladores: está oscuro y suenan los primeros despertadores. Estamos a 80 minutos de la cima, pero como el sol sale aproximadamente a las 4:30, mucha gente desea verlo desde la cima. Nos levantamos para ver la hora…son las 2:15! Una parte de mí dice que me vuelva a acostar, la otra parte está dormida, así que seguimos durmiendo. A las 4 de la mañana hay más movimiento, la mayoría de la gente se está levantando. Sigue estando oscuro, está lloviendo, no hay muchas posibilidades de ver el sol ni en la cima ni en ninguna parte. Pero sucede un milagro, por escasos minutos, el Atón nos sonríe, tímidamente. Aunque no ha parado de llover, y no parará por largo rato.

Desayunamos, y las 5 emprendemos el tramo final, llego la hora de poner a prueba los pilotos.

La situación se va complicando, el cansancio, el haber dormido mal, la falta de oxígeno, la lluvia y el intenso viento se han confabulado contra nosotros. Nuestras piernas están empapadas, no se ve mucho, duele la cabeza, Laura está descompuesta. Después de un rato divisamos un poco más arriba un torii…pero no es el último, señala la cercanía del torii que ansiamos divisar, la del santuario Sengen Taisha Okumiya, a 3720 metros. Aún nos falta 20 minutos para llegar (aunque no lo sabemos) y Laura decide quedarse allí. Así que me pongo en modo planta trepadora y continúo, contra lluvia y viento y evitando mover bruscamente la cabeza ya que el dolor es grande. Por fin, veo un poco más arriba, dentro de ese limbo gris, el torii más alto de Japón, con los leones a cada costado, que marcan el principio y el final, el fin del ascenso y el comienzo del descenso, ya que la visibilidad es tan escasa que por detrás del santuario el cráter del volcán no aparece, aunque tenga 2 Km. de circunferencia. Llevaría una hora dar la vuelta, pero no tiene sentido, no se ve nada y mis pantalones y zapatillas están mojados. Al menos Descubrí varias leyes físicas, entre ellas:

  • a medida que uno asciende también desciende la temperatura, hacía 25° en la base de la montaña y 5° en la cima, ésta se relaciona con la segunda ley:
  • a medida que uno asciende, aumenta la cantidad de ropa que uno lleva puesta
  • la altura es directamente proporcional al costo en yenes de las botellitas de agua mineral
  • la altura es directamente proporcional a la cantidad de veces por minuto que pensamos ¿Qué estoy haciendo acá arriba?
  • la altura es inversamente proporcional a las posibilidades de dormir en una cama cómoda y agradable
  • la posibilidad de precipitaciones aumenta a medida que nos alejamos de un techo o albergue

Mientras tanto, el volcán que descansa sigue impasible, inadvertido como en la famosa estampa de Hokusai, donde cuesta darse cuenta de ese testigo impasible, cuyos colores invernales se confunden con las furiosas olas. La imagen marca simbólicamente el contraste entre el dominio de lo sagrado, la tranquila y ecuánime montaña, y el agitado drama humano de los pescadores que se debaten entre la vida y la muerte.

El Fujisan, seguirá envuelto en la belleza misteriosa que sólo se puede ver de lejos, llegar hasta allí ese día fue como haberse alejado del monte sagrado, ya que estábamos en una nube de lluvia, viento y frío. Pero al fin y al cabo, ese sea quizás el secreto de la peregrinación y de la austeridad, perderse para volverse a encontrar…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Las comprobaciones de la física me parecieron extraordinarias ,la fìsica es
más humana de lo que suponemos!!!!
¿Què estoy haciendo yo aquí? es la pregunta que nos hacemo9s cuando la
adrenalina de una experiencia nos pone en contacto con "todo yo".

Marta

Anónimo dijo...

Todas las páginas que publicás son muy interesantes pero me
encantaron los paisajes, los jardines, la serenidad que transmiten, el de
los kimonos que te queda bárbaro y la ascensión a la montaña que fue
trabajosa pero increíble.
La foto del otoño en Matsumoto la tengo de pantalla en la
computadora.

Liliana