miércoles, 20 de junio de 2007

La suavidad del paisaje japonés

La estética japonesa posee cuatro elementos esenciales: wa (armonía), kei (reverencia), sei (pureza) y jaku (tranquilidad). Esas cualidades aparecen tanto en la ceremonia del té como en el ikebana, en el diseño del jardín como en la forma de ponerse un kimono.

El carácter (kanji) que se usa para la palabra armonía también significa “suavidad de espíritu” o yawaragi. Una antigua constitución japonesa, la llamada Constitución de los 17 artículos del Príncipe Shotuku (comienzos del siglo VII) comienza con una referencia a la armonía o suavidad de espíritu: “lo más valioso es la suavidad de espíritu; lo esencial, no contradecir a los otros…” Más allá del contexto político es importante que esté presente la intención al menos de darle importancia a un valor que en el mundo de hoy suena más que ridículo. Esto me hace acordar a Macedonio Fernández cuando habla de crear un “Ministerio del Entusiasmo” si no me falla la memoria.

Hay muchas imágenes estereotipadas provenientes de Japón que no remiten para nada a esa suavidad de espíritu, si pensamos en el samurai, en el barrio Akihabara de Tokio, el manga, o en la música rock japonesa. Pero en el tiempo que estamos aquí hemos podido observar que la gente en general posee esa yawaragi. Al hablar, al andar, transmiten esa suavidad que también está en la comida: la sal no sala y el azúcar no endulza. Eso no es algo negativo, se traduce en la sensibilidad del paladar. En Rosario una buena parte de las tortas que se venden a domicilio tienen el mismo gusto: azúcar, son todas la misma torta de azúcar con diferente forma y color. Pero volvamos al tema, a lo que quería llegar es que la suavidad del trato y de la comida no están divorciadas del paisaje japonés. El ambiente está cargado de humedad, por eso uno tiene la imagen de la película “El último Samurai”, de esas montañas suaves envueltas en la bruma, los bosques cuyos árboles están delineados suavemente, sumergidos en la atmósfera vaporosa.

Las montañas que rodean a la ciudad donde estamos, Nagano, parecen diluirse en el horizonte, como si fueran obras maestras de la acuarela. Son tan sutiles, suaves…emanan un sentimiento de profundidad.

En apenas unos instantes, desaparecen entre las nubes. Como por arte de magia, de un momento a otro, podemos ver una alta montaña detrás de las colinas más cercanas que antes no habíamos visto. Ese es el espacio de los kamis, los dioses. Hay muchos santuarios de montaña repartidos por todo Japón. La montaña cobija el espacio recluido de los que antiguamente renunciaban al mundo. Esa imagen casi ilusoria de las montañas ayudaba a resguardar la vida de retiro de los ascetas al mismo tiempo que resultaba un caldo de cultivo para los mitos y leyendas. Todo podía ocurrir allí, en ese espacio vedado a la mayoría.

Así parece que cada valle tiene sus límites definidos por la indefinición. Esa frontera azul enmarca el mundo íntimo de cada pueblo japonés. Y estamos en un país cubierto en su mayoría por montañas. La pampa argentina parece no tener fin, pero estos valles tienen un límite sutil, como las telas transparentes que enmarcan una obra de teatro contemporánea.

Una suave pincelada azul se ve en el horizonte

¿Será una montaña?

Aunque camine durante un mes

Sé que jamás podré atraparla

1 comentario:

Anónimo dijo...

hermosisima!