lunes, 18 de junio de 2007

Dragones de Japón


Aunque no lo crean, en apenas unos meses ya hemos visto decenas de dragones. Pero no es para asustarse: el dragón no escupe fuego y yo no estoy en plena aventura heroica (¿o si?). Los dragones que hemos conocido en Occidente son generalmente maléficos, representan al Diablo. Esa visión fue trasladada de la antigüedad por la mitología cristiana medieval, aunque se encuentre en oposición con la imagen que brindan algunas películas donde el dragón es una figura benévola, incluso tierna. En las antiguas escrituras hebreas el dragón representa al mal, status que no cambia en el Nuevo Testamento:

Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él.

Luego, a través de toda la edad media, el dragón encarna el pecado y como tal debe ser vencido. También es un elemento del paganismo: el dragón se acostumbrará a ser aplastado por el pie de los santos, que establecen así la supremacía del cristianismo. El ejemplo más conocido es el de San Jorge. Pero volvamos a los dragones benevolentes (en general) de Japón. Mientras los dragones de Occidente escupen el fuego del infierno, los orientales por el contrario son emblemas del agua, para localizarlos hay que acudir al mar, a un lago, un río, una cascada. Y también en las fecundas aguas del cielo, son los dueños del rayo, del poder soberano, de la fuerza sagrada del alto cielo y del profundo océano. Un mito japonés que me agrada mucho cuenta la historia del pescador Urashima, que salva a una tortuga de ser muerta por unos niños. La entrega en el mar, pero unos días más tarde, estaba pescando y alza en su red a la tortuga. Esta, agradecida, lo lleva al Ryūgū-jō, el palacio de Ryujin, el Rey-dios Dragón. El palacio estaba hecho de coral rojo y blanco. Estaba habitado por cientos de criaturas marinas servidoras de Ryujin. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro. El pescador se queda allí y se casa con una hermosa princesa, aunque el mito continúa y no lo vamos a profundizar aquí.

Todo buen observador de dragones se dará cuenta que los japoneses no son iguales a los chinos, ya que poseen tres garras en lugar de cuatro. A diferencia de sus antecesores chinos, se lo asocia más con el mar que con la lluvia, hecho lógico en la mitología de un archipiélago donde además la humedad ambiental es lo que sobra.

Como en China, el dragón está unido a la figura del emperador, el representante de los ritmos cósmicos y responsable de la armonía del mundo que comanda. Hirohito, el ultimo emperador japonés cuya divinidad era reconocida oficialmente (fue una condición estadounidense una vez terminada la guerra abolir la misma) reconocía provenir de un linaje de 125 generaciones cuyo primer eslabón terrestre era hijo de la “Princesa de la joya augusta”, hija a su vez del dios dragón del mar que ya mencionamos. Así volvemos al principio, todo tiene su origen en el agua, y todo se regenera en ella.

Como decía al principio, hemos visto varios dragones, de la boca de los mismos brota el agua que purifica y regenera, condición necesaria para poder entrar a un templo budista o santuario shintoista. Así que ahí están, repartidos por todo Japón, esos seres arquetípicos que presentan tronco de serpiente, escamas del pez carpa (koi en japonés), cola de ballena, astas de ciervo, cara de camello, garras de águila, pies de tigre, y bigotes largos y sensibles como lo de los gatos, un conjunto zoológico que indica la suma de fuerzas, un ser poderoso, profundamente sagrado.


Las fotos: desde el comienzo del artículo, la primera pertenece al dragón de la fuente del Templo budista Horiuji, en Kyoto. Las dos que le siguen son de la fuente del santuario de Shimosuwa, tiene una tipología diferente por el hecho de que está hecha en piedra, eso no permite hacer los largos bigotes. El dragón que le sigue está grabado en una puerta

del templo budista Nanzenji, en Kyoto. La de la derecha es de un santuario cercano al

parque Ueno, en Tokyo, que nos gustó porque el dragón parece emerger de la roca.Con respecto a las de abajo, no son nuestras, pertenecen a Sean Wilson, quien las sacó hace 2 años (están en Wikipedia). La primera cerca del monte Fuji y la segunda en Hakone, no tan lejos de allí.


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