martes, 26 de junio de 2007

Los jardines Hamarikyu de Tokio

En 1603 Tokugawa Ieyasu establece el shogunato (gobierno militar) que lleva su apellido e inaugura lo que luego se va a llamar periodo Edo, el antiguo nombre de Tokio. Desde entonces el centro del poder político se desplaza definitivamente a Edo, la capital de facto, mientras tanto, en Kyoto, la capital formal, el emperador seguirá teniendo su lugar simbólico y el poder espiritual y religioso. Así es como el antiguo poblado que rodeaba al castillo comienza a crecer y ostentar un nuevo tipo de grandes jardines para disfrute de los daymio, los señores feudales. Uno de ellos es el Hamarikyu, comenzado en 1654 y situado a un costado de la bahía. Tuvimos ocasión de visitarlo a principios de marzo, el día era agradable, y una suave bruma cubría la bahía de Tokio.

Arriba pueden ver el plano del jardín. Al ya extenso jardín original, en el siglo XIX se le agregó una nueva zona al norte que presenta características de los parques modernos. El recorrido comienza con la vista del antiguo jardín, cerca a la entrada se encuentra una bonita casa de te. Luego de pasar por una zona de árboles altos que ocultan lo que se halla detrás, podemos contemplar el gran lago. La casa de te que se encuentra en Nakajima, una isla cercana a la orilla, atrapa la mirada. Se puede acceder a la misma de varias formas, cruzando el viejo puente tradicional o el extenso puente moderno (118 metros) de madera de cedro que enlaza la isla junto con otra más pequeña llamada Konoji y que además conecta a ambas islas con la orilla, cortando en dos la sección principal del lago. Un tramo del puente posee una pérgola donde se enreda una glicina en flor. El ambiente es sereno. Podemos ver patos nadando tranquilamente en la superficie del lago. Disfrutan de la época, ya que durante todo el periodo que los shogunes Tokugawa reinaron junto con sus vasallos samurais, los patos eran cazados combinando la necesidad alimentaria con el entretenimiento típico de las épocas de paz, al igual que en la Europa Medieval. Por esa razón hoy podemos contemplar dos estanques de caza de patos llamados kamoba, construidos a finales del siglo XVIII. Como decía, los tiempos cambiaron y en 1935 se erigió un montículo conmemorativo para consolar a los espíritus de los patos que habían sido cazados. Se le llama Kamozuka.

En la primera mitad del siglo pasado el jardín, junto con la ciudad de Tokio, sufrió daños devastadores. Una catástrofe fue el gran terremoto de 1923 que provocó decenas de incendios que acabaron con la precaria arquitectura de madera de la ciudad, y más de 100000 muertos. Pero la peor catástrofe ocurrió entre 1942 y 1945. Los bombardeos de la ciudad incluyeron a los jardines Hamarikyu, ya que pertenecían al emperador (¿un jardín objetivo militar? ¡Que mundo extraño!) Las fotos en sepia son imágenes del jardín hacia 1910, la de la derecha es una casa de te que no volvió a ser reconstruida, en su lugar hay actualmente una especie de kiosco.






La casa de te junto al lago data de 1707, aunque fue renovada en 1983. Es un sitio agradable, desde el deck de madera que la rodea podemos contemplar en paz el jardín. También podemos acceder al placer sencillo y tranquilo que envuelve el arte del te. El sitio se integra completamente con el exterior, la temperatura agradable permite correr completamente los paneles que constituyen las únicas y sutiles barreras que nos separan del afuera. Por supuesto, para estar aquí hay que dejar los zapatos (junto con el ego) afuera. Diluyendo así simbólicamente la individualidad podemos disfrutar de un simple momento de paz y armonía con los demás y el entorno, mientras tomamos un tazón de te.

Luego nos dirigimos al paseo junto a la bahía, desde donde podemos contemplar a lo lejos el puente Arco Iris.

En la direccn contraria se observa la silueta de la Torre de Tokyo, la versión japonesa de la Torre Eiffel. Nos trasladamos a la época samurai y podemos imaginarnos como en ese tiempo la mirada se perdía en el curvo horizonte delineado por la superficie del océano. Ahora esa línea se ve quebrada por una sucesión de altos edificios construidos en terrenos ganados al mar.

Ahora recorremos la zona adherida en la época Meiji, que comienza con una hermosa extensión de ciruelos en flor, hay gente que ha montado sus trípodes y cámaras fotográficas para registrar el esporádico momento. Siguiendo el camino hay un campo de flores amarillas, que comienzan tímidamente a florecer a final del invierno. El contraste es evidente, detrás se hallan los modernos edificios de Tokio, que nos vuelven a recordar que los tiempos han cambiado.

viernes, 22 de junio de 2007

Desentrañando un antiguo ritual

A principios de junio visitamos la hermosa villa de montaña de Kosuge, en las cercanías de la ciudad de IIyama, al norte de Nagano. Fuimos con un pequeño grupo de estudiantes y profesores de la Facultad de Arquitectura de Shinshu University. Ellos nos llevaron a visitar los diferentes templos y santuarios que se hallan en el lugar y nos dieron alguna información acerca de un ritual que se realiza allí todos los años. Ahora intentaremos desentrañar el mismo, ya que nos resultó sumamente confuso. La confusión radica en nuestros preconceptos acerca de la religión japonesa. Como lo que veíamos no encajaba con nuestro conocimiento previo surgía una imagen contradictoria del ritual. Explico brevemente: uno cree que en Japón hay dos religiones principales, budismo y shintoismo. En la entrada “Santuario de Shimosuwa” explicamos que elementos nos permiten distinguir un santuario shinto de un templo budista. El ritual de Kosuge involucra elementos de ambas religiones, es un claro ejemplo de sincretismo. Tanto el budismo como el shintoismo son palabras y conceptos del espíritu racionalista y clasificador del siglo XIX. En realidad, el budismo japonés desde la antigüedad se había fusionado con el shinto, en realidad había “conquistado” espiritualmente a la primitiva religión nativa. Durante casi toda la historia primó el sincretismo entre las dos religiones, aunque a principios de la era Meiji, la etapa de la apertura al mundo y modernización de Japón, luego de varias idas y venidas, se terminaron diferenciando oficialmente ambas religiones. Aún hoy, el japonés tiene ese espíritu sincrético, pudiendo orar al kami y a Buda, siguiendo el ritual shinto para el casamiento y el budista para el funeral.

Esa fue la teórica y necesaria introducción para poder comprender el ritual hashira matsu de Kosuge. Hashira significa pilar y matsu pino, hashira se le dice no solamente al poste de madera sino que es la forma de referirse a los kamis o divinidades en los textos shintoistas más antiguos, significando Columna o Divina Columna. Lo podemos comprender como lo que mantiene, preserva al cosmos. El ritual tiene ese fin en definitiva, preservar el mundo regenerándolo.

El rito es realizado cada 15 de julio en el santuario Kosuge. Dos hashira matsu se erigen el 12 de julio en un espacio al aire libre delante del templo principal (primer foto), que contiene las estatuas doradas de la tríada budista (derecha). A los pilares de madera se le entrelazan trozos de parra de uva, ramas de sakaki (pino sagrado) con gohei (tiras de papel que indican la sacralidad de un objeto o lugar) se colocan en el tope de cada uno. Abajo a la izquierda podemos ver un modelo del pilar.


Paralelamente se bajan en palanquín (arriba,derecha) tres kamis (sus estatuas, obvio) de un templo que está en lo alto de una montaña (abajo) . Se llega hasta allí después de recorrer un bello y sugestivo camino cuyo comienzo es una amplia escalinata de piedras realizada en forma agreste. Luego se transforma en un camino común y angosto de montaña. Lleva casi una hora subir hasta el templo, y eso resulta un dato “interesante” para los que tienen que portar hasta allí los tres palanquines desde un santuario que está en la villa, al lado del templo budista que vimos, para luego bajar hasta el lugar donde están los pilares. Vimos un video y la escena del descenso hace recordar a un grupo de hormigas tratando de llevar un bicho muerto al hormiguero, es tal cual, el palanquín parece estar por caerse en cualquier momento.

En el croquis debajo podemos observar en la parte inferior izquierda el espacio donde están instalados los pilares, a la derecha del templo principal. Más abajo hay un santuario shinto. El camino hacia el templo de la montaña comienza en el torii ubicado en el centro del croquis.

El día 15 entonces, han “descendido” los dioses y en la villa está todo preparado para el acontecimiento final, la competencia donde gana el que prende primero el fuego a los pilares. Antiguamente era una demostración del poder espiritual que tenía cada contrincante. Dos chicos llamados matsu miko son los encargados de prender el fuego a los pilares, previamente han sido purificados con un baño ritual según la costumbre shinto. Cada matsu miko tiene un sequito de seis muchachos quienes lo tienen que elevar hasta arriba del pilar y ayudarle a prender fuego. La contienda radica, como es usual, en ver que bando hace primero el fuego, se interpreta que el ganador va a tener la mejor cosecha. Ese es el aspecto adivinatorio del ritual. Los dos grupos de seis muchachos, cada uno llevando al matsu miko de la mano, corren hacia el hashira matsu cuando escuchan la señal de partida, que la da un hombre disfrazado con una máscara tengu con pico de pájaro. El tengu es un demonio de la mitología japonesa que suele tener forma animaloide y habita en los árboles, generalmente pinos y cedros, de las zonas montañosas. El matsu taiko representa en la actualidad a un yamabushi o “guerrero de la montaña”, el término designa a los monjes ascetas y guerreros que pertenecían al Shugendo, ascetismo budista de montaña. Los yamabushi llevaban una vida solitaria en la montaña aunque asociados a los templos locales, y eran los antiguos protagonistas del rito.

Entonces, una vez que se prende el fuego (imagínense que antes del fósforo se tardaba bastante en hacer esto) todos saltan rápidamente del pilar y cuando el mismo cae, las personas luchan por llevarse las ramas sagradas de sakaki. Así termina el rito.

Las personas del lugar dicen que un pilar se erige para pedir por una buena cosecha y la otra por la paz. Lo del rito agrario se entiende, ahora pedir por la paz… ¿se imaginan un antiguo rito pidiendo por la paz del mundo? Raro, ¿no? Si buceamos un poco más podemos dar con la pista.

La montaña forma parte de la visión del otro mundo aceptada generalmente por los japoneses. Hay muchas montañas que se llaman montañas espirituales, lugares sagrados donde van los espíritus de los muertos. Allí los espíritus de los muertos están un tiempo para recibir los servicios memoriales, luego se elevan a la dimensión oculta. En ocasiones puede pasar que el espíritu del ancestro esté molesto por alguna razón o puede ser un espíritu que ha llevado un mal comportamiento y no puede “ascender” a su destino final. Tales espíritus atormentan a los lugareños. Para apaciguarlos se realizaron desde antaño rituales. El fin era traer la paz a los ancestros que habían quedado “anclados” en ese nivel intermedio, y por consiguiente a la aldea. En consiguiente el pilar que se erige por la paz, se refiere a la paz del entorno inmediato, de los lugareños y sus ancestros, el microcosmos.

De esa forma, todos los años se restaura la paz y se asegura la buena cosecha, que significa nada más y nada menos que la renovación de la vida.

miércoles, 20 de junio de 2007

La suavidad del paisaje japonés

La estética japonesa posee cuatro elementos esenciales: wa (armonía), kei (reverencia), sei (pureza) y jaku (tranquilidad). Esas cualidades aparecen tanto en la ceremonia del té como en el ikebana, en el diseño del jardín como en la forma de ponerse un kimono.

El carácter (kanji) que se usa para la palabra armonía también significa “suavidad de espíritu” o yawaragi. Una antigua constitución japonesa, la llamada Constitución de los 17 artículos del Príncipe Shotuku (comienzos del siglo VII) comienza con una referencia a la armonía o suavidad de espíritu: “lo más valioso es la suavidad de espíritu; lo esencial, no contradecir a los otros…” Más allá del contexto político es importante que esté presente la intención al menos de darle importancia a un valor que en el mundo de hoy suena más que ridículo. Esto me hace acordar a Macedonio Fernández cuando habla de crear un “Ministerio del Entusiasmo” si no me falla la memoria.

Hay muchas imágenes estereotipadas provenientes de Japón que no remiten para nada a esa suavidad de espíritu, si pensamos en el samurai, en el barrio Akihabara de Tokio, el manga, o en la música rock japonesa. Pero en el tiempo que estamos aquí hemos podido observar que la gente en general posee esa yawaragi. Al hablar, al andar, transmiten esa suavidad que también está en la comida: la sal no sala y el azúcar no endulza. Eso no es algo negativo, se traduce en la sensibilidad del paladar. En Rosario una buena parte de las tortas que se venden a domicilio tienen el mismo gusto: azúcar, son todas la misma torta de azúcar con diferente forma y color. Pero volvamos al tema, a lo que quería llegar es que la suavidad del trato y de la comida no están divorciadas del paisaje japonés. El ambiente está cargado de humedad, por eso uno tiene la imagen de la película “El último Samurai”, de esas montañas suaves envueltas en la bruma, los bosques cuyos árboles están delineados suavemente, sumergidos en la atmósfera vaporosa.

Las montañas que rodean a la ciudad donde estamos, Nagano, parecen diluirse en el horizonte, como si fueran obras maestras de la acuarela. Son tan sutiles, suaves…emanan un sentimiento de profundidad.

En apenas unos instantes, desaparecen entre las nubes. Como por arte de magia, de un momento a otro, podemos ver una alta montaña detrás de las colinas más cercanas que antes no habíamos visto. Ese es el espacio de los kamis, los dioses. Hay muchos santuarios de montaña repartidos por todo Japón. La montaña cobija el espacio recluido de los que antiguamente renunciaban al mundo. Esa imagen casi ilusoria de las montañas ayudaba a resguardar la vida de retiro de los ascetas al mismo tiempo que resultaba un caldo de cultivo para los mitos y leyendas. Todo podía ocurrir allí, en ese espacio vedado a la mayoría.

Así parece que cada valle tiene sus límites definidos por la indefinición. Esa frontera azul enmarca el mundo íntimo de cada pueblo japonés. Y estamos en un país cubierto en su mayoría por montañas. La pampa argentina parece no tener fin, pero estos valles tienen un límite sutil, como las telas transparentes que enmarcan una obra de teatro contemporánea.

Una suave pincelada azul se ve en el horizonte

¿Será una montaña?

Aunque camine durante un mes

Sé que jamás podré atraparla

lunes, 18 de junio de 2007

Dragones de Japón


Aunque no lo crean, en apenas unos meses ya hemos visto decenas de dragones. Pero no es para asustarse: el dragón no escupe fuego y yo no estoy en plena aventura heroica (¿o si?). Los dragones que hemos conocido en Occidente son generalmente maléficos, representan al Diablo. Esa visión fue trasladada de la antigüedad por la mitología cristiana medieval, aunque se encuentre en oposición con la imagen que brindan algunas películas donde el dragón es una figura benévola, incluso tierna. En las antiguas escrituras hebreas el dragón representa al mal, status que no cambia en el Nuevo Testamento:

Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él.

Luego, a través de toda la edad media, el dragón encarna el pecado y como tal debe ser vencido. También es un elemento del paganismo: el dragón se acostumbrará a ser aplastado por el pie de los santos, que establecen así la supremacía del cristianismo. El ejemplo más conocido es el de San Jorge. Pero volvamos a los dragones benevolentes (en general) de Japón. Mientras los dragones de Occidente escupen el fuego del infierno, los orientales por el contrario son emblemas del agua, para localizarlos hay que acudir al mar, a un lago, un río, una cascada. Y también en las fecundas aguas del cielo, son los dueños del rayo, del poder soberano, de la fuerza sagrada del alto cielo y del profundo océano. Un mito japonés que me agrada mucho cuenta la historia del pescador Urashima, que salva a una tortuga de ser muerta por unos niños. La entrega en el mar, pero unos días más tarde, estaba pescando y alza en su red a la tortuga. Esta, agradecida, lo lleva al Ryūgū-jō, el palacio de Ryujin, el Rey-dios Dragón. El palacio estaba hecho de coral rojo y blanco. Estaba habitado por cientos de criaturas marinas servidoras de Ryujin. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro. El pescador se queda allí y se casa con una hermosa princesa, aunque el mito continúa y no lo vamos a profundizar aquí.

Todo buen observador de dragones se dará cuenta que los japoneses no son iguales a los chinos, ya que poseen tres garras en lugar de cuatro. A diferencia de sus antecesores chinos, se lo asocia más con el mar que con la lluvia, hecho lógico en la mitología de un archipiélago donde además la humedad ambiental es lo que sobra.

Como en China, el dragón está unido a la figura del emperador, el representante de los ritmos cósmicos y responsable de la armonía del mundo que comanda. Hirohito, el ultimo emperador japonés cuya divinidad era reconocida oficialmente (fue una condición estadounidense una vez terminada la guerra abolir la misma) reconocía provenir de un linaje de 125 generaciones cuyo primer eslabón terrestre era hijo de la “Princesa de la joya augusta”, hija a su vez del dios dragón del mar que ya mencionamos. Así volvemos al principio, todo tiene su origen en el agua, y todo se regenera en ella.

Como decía al principio, hemos visto varios dragones, de la boca de los mismos brota el agua que purifica y regenera, condición necesaria para poder entrar a un templo budista o santuario shintoista. Así que ahí están, repartidos por todo Japón, esos seres arquetípicos que presentan tronco de serpiente, escamas del pez carpa (koi en japonés), cola de ballena, astas de ciervo, cara de camello, garras de águila, pies de tigre, y bigotes largos y sensibles como lo de los gatos, un conjunto zoológico que indica la suma de fuerzas, un ser poderoso, profundamente sagrado.


Las fotos: desde el comienzo del artículo, la primera pertenece al dragón de la fuente del Templo budista Horiuji, en Kyoto. Las dos que le siguen son de la fuente del santuario de Shimosuwa, tiene una tipología diferente por el hecho de que está hecha en piedra, eso no permite hacer los largos bigotes. El dragón que le sigue está grabado en una puerta

del templo budista Nanzenji, en Kyoto. La de la derecha es de un santuario cercano al

parque Ueno, en Tokyo, que nos gustó porque el dragón parece emerger de la roca.Con respecto a las de abajo, no son nuestras, pertenecen a Sean Wilson, quien las sacó hace 2 años (están en Wikipedia). La primera cerca del monte Fuji y la segunda en Hakone, no tan lejos de allí.


jueves, 14 de junio de 2007

Santuario de Shimosuwa

El relato de nuestra visita a fin de marzo puede servir como pequeña introducción al shintoismo, la religión nativa de Japón, que también aparece como shintoismo o simplemente Shinto. Shin, espiritu, deidad, to, via o camino. Otra forma de referirse al mismo: kami nagara no michi, camino que los dioses han seguido. Kami es homónimo de alto, aludiendo a un ser superior.

En sus orígenes era un culto politeísta de la naturaleza, centrado en la gratitud y el aprecio de sus bondades. Luego se añadió (bajo el influjo chino) el culto de los antepasados y más adelante el de los héroes nacionales.

El santuario de Shimosuwa (o Suwa del sur) forma parte de un sistema de santuarios relacionados con montañas de la zona, que rodea al hermoso lago Suwa, centro turístico veraniego. El sistema esta compuesto por dos santuarios principales, el Kamisha (superior) y el Shimosha (inferior), cada uno a su vez tiene dos recintos. El que visitamos es el principal del santuario superior, está relacionado con el monte Yatsugaoka que está a casi a 25 kilómetros de allí. La deidad adorada allí pertenece al linaje divino más antiguo, mencionado en las viejas crónicas. El origen de los santuarios se remonta al siglo VIII.

Aquí se realiza cada seis años, en el año del tigre y del mono, el rito de renovación que consiste en reemplazar 16 ombashira (pilares sagrados) de los 4 santuarios por otros nuevos, cortados de sus dos respectivas montañas. Es justamente en la montaña donde habita el kami durante el invierno para descender en primavera al poblado y hacer fructificar la cosecha pero eso ya es otra cuestión.

¿Cómo distinguir un templo budista de un santuario shinto? Podría ser el tema de un curso. Hay que prestar atención a unos pocos elementos remanentes únicos del shinto: el torii (portal), el shimenawa (la cuerda de paja trenzada que protege el santuario), el espejo sagrado que se encuentra en el recinto interior, y los hakuhei (papel blanco recortado en formas particulares).

El santuario es usado para el culto y es el lugar donde se encuentran los objetos simbólicos llamados goshintai, cuyo significado literal es “el cuerpo del kami” y representan al espíritu del kami. Como todo cuerpo contiene el espíritu del kami cuando desciende para manifestar su presencia en este mundo.


Antes de llegar al recinto delantero del santuario, y después de haber atravesado el torii, siempre se encuentran dos leones (estatuas gracias al Kami!) a cada lado del sendero. Su función es protectora. El león del lado izquierdo tiene la boca cerrada, el de la derecha la boca abierta. Una interpretación dice que esos gestos de los leones marcan el comienzo y el fin de todas las cosas.

La shimenawa, la soga de paja, se usa para atraer y atrapar malas vibraciones, un sacerdote ha dicho que cuando se cambia la misma se puede sentir el poder de las influencias impuras. En ello consiste su función protectora. Pero la función principal y primordial al menos en el antiguo culto shinto era marcar el espacio sagrado, separarlo del espacio profano.

Detrás del recinto delantero se encuentran en los cuatro puntos cardinales los postes sagrados que nombrábamos antes. Aquí están al aire libre, en el de Ise, el santuario principal de Japón, está oculto. Pueden averiguar al respecto en el libro From Shinto to Ando de Gunter Nitschke, pero como el mismo esta agotado hace tiempo y se consigue a U$S 1000 en Amazon no creo que puedan hacerlo, suerte la próxima, je je.

Finalmente, cuando visitamos el santuario era el atardecer y se realiza una ceremonia. El sacerdote transporta desde el recinto interior y cerrado al público una cajita de madera. Se podía percibir una gran profundidad en ese simple acto. Luego descubrimos que estaba pasando. En esa cajita transporta al cuerpo del dios que se encuentra en el santuario interior. Puede ser un espejo (hay varios tipos), la espada del dios trueno, un arco, flechas, todos objetos sagrados que tienen un origen mítico. Por su inmensa sacralidad, no se los puede mirar, se lo colocan dentro de bolsas especiales encerradas en esas arcas de sauce sin clavos llamadas Yanagibako.

El cuerpo del kami es llevado a su aposento nocturno,

tierno y silencioso atardecer.

Bella Kyoto

Nuevamente otra entrada relámpago para ponernos al día. A fin de marzo de este año (2007) visitamos la ciudad que para nosotros constituye una especie de Meca: la milenaria ciudad de Kyoto. ¡Nos compramos un terreno allí y nos vamos todos a vivir! (je je) Es una ciudad preciosa donde convive lo antiguo con lo ultramoderno, lo contemplativo con lo mas fashion. Pasemos a las fotos: el primer templo que fuimos a visitar fue el Kiyumizudera, donde fluye una vertiente de agua sagrada (mizu significa agua). Es candidato para ser una de las nuevas 7 maravillas del mundo. Esta buenísimo. Nos llamo la atención que todos los lugares religiosos que visitamos no están aislados sino que forman parte de inmensos complejos, incluso algunos son extraños porque da la impresión de entrar como en un barrio cerrado (ya vamos a filmar para que se den cuenta).

Al otro día fuimos a visitar el Ginkakuji o pabellón plateado. Es hermosísimo, fue el jardín que mas nos gusto, muy especial. No es tan grande como el templo del pabellón dorado que citamos más adelante pero justamente su tamaño le da un toque de intimidad.



No lejos de allí se encuentra el Nanzen-in. Es el primer jardín zen (kare sansui o jardín seco). Hay tanta armonía en la forma que pusieron las piedras que uno queda embelezado mirando. Estos jardines son parte del conjunto de templos y monasterios zen. Hacerlos, mantenerlos y contemplarlos era parte de las prácticas zen.





Siguiendo el tour, en el norte de Kyoto se encuentra uno de los templos más famosos: el kinkakuji o pabellón dorado, esta recubierto de láminas de oro. Su diseñador quiso hacer algo que quitara la respiración a quien lo mirara por primera vez. Les podemos asegurar que lo logró, y eso que ya lo habíamos visto antes en fotos. Verlo en directo es impresionante, no por el oro, sino por la composición del templo junto al jardín y el lago, parece que el templo tuviera entidad propia.





Al día siguiente visitamos otro complejo que comienza con un portal enorme, hay varios de ese tipo en Kyoto. Ahí se ve pequeñita a Laura. Detrás de ese portal se encuentra otro monasterio con el jardín zen más famoso: el Ryoan-ji. Aquí también nos quedamos sin palabras, uno mira y piensa que son unas cuantas piedras sobre la arena, pero manifiestan algo mucho mas profundo, un sentimiento de perfección.









El último jardín que vimos, el Danzenji era lindo pero ya no transmitía lo mismo, era como un estereotipo basado en los anteriores. Lo más lindo fue el gatito que apareció persiguiendo una mariposa, pero fue atrapado por Lau, que no lo soltaba (al menos salvó a la mariposa que el minino estaba persiguiendo).


Por último para que vean el contraste, la última foto es de la moderna estación de trenes de Kyoto, un complejo ya no de templos y jardines sino de shoppings, restaurantes de todo tipo, hoteles, supermercados, una microciudad (y por supuesto no faltan los trenes, no?, vimos el shinkansen o trenbala, nuestra próxima aventura).

Terminamos esta entrada con una bella plegaria que vimos escrita en el muro delantero de un templo:

“déjanos descubrir el sentido del nacimiento y la alegría del vivir…”





Esta entrada se encuentra en reparación ya que desaparecieron algunas fotos, sepa disculpar las molestias


miércoles, 13 de junio de 2007

Reencuentro en Tokyo


Nos vamos poniendo al día con este blog, pero de a poco. Laura llegó aquí en octubre del 2006 y yo, en marzo. Abandoné el caluroso verano rosarino (35 grados) y pasé en solo un par de días al fin del duro invierno japonés, aunque me dio una cálida bienvenida. Aquí van unas fotos entonces y un escueto relato de nuestro primer fin de semana juntos en Tokio. Me sigue pareciendo raro decir eso. La primera foto es de un barrio (decir barrio suena bastante antiguo para esta megalópolis) de Tokio que se llama Shinjuku, una zona de desarrollo reciente, con gran cantidad de altísimos edificios y gran vida nocturna. En algunas callecitas peatonales se notaba que era la zona roja del barrio, pero todo muy discreto, nos llevó un par de días darnos cuenta. La segunda y tercer foto son del Gyoen National Garden, está en el mismo barrio y es de los más grandes y conocidos de la ciudad. Los sakura (cerezos) ya estaban en flor, aquí es todo un acontecimiento, había mucha gente que iba especialmente a sacarle fotos, otras estaban haciendo bocetos en acuarela.


La cuarta foto es una vista de la casa de te del Hamarikyu Garden (ver entrada al respecto) que está situado junto a la bahía de Tokio, ahí tomamos el te a la manera tradicional. El te verde como verán es una especie de sopa con espuma. Es espeso y tiene un efecto fortalecedor. Se acompaña con una masita artesanal hecha con harina de arroz. En cada estación se hace una masita con una forma representativa de la misma.
La sexta foto pertenece a unos edificios cercanos al jardín, el verdoso es de uno de los canales de televisión local. La zona tiene una serie de veredas amplias y sobreelevadas, conformando un paisaje futurista. Cerca pasa el monorraíl. La foto de la armadura samurai se encuentra en el Museo Nacional de Tokio, el mismo es grandísimo, estuvimos recorriendo solamente el edificio principal a las corridas y no terminamos de verlo en su totalidad. Es para estar un día entero, hay pintura, escultura, kimonos, estampas, etc, etc. La otra foto es del Santuario Meiji, realizado en honor del Emperador Meiji, impulsor de la apertura de Japón al mundo hacia 1870 (es el que aparece en El último samurai, la peli). Es muy especial, allí se encuentran los restos de la pareja real. Está en medio de un alto bosque de pinos en medio de la gran urbe. Ese fue el resumen, podríamos escribir un libro sólo con lo vivenciado en esta visita de 3 días pero no tenemos tiempo (ya lo vamos a escribir). Sayonara!