viernes, 29 de febrero de 2008

En una ciudad del sur...(última parte)

Hagan click si no leyeron la primera y la segunda parte

8:15 Un momento marcado a fuego en la memoria de los sobrevivientes. A la hora señalada las compuertas del Enola Gay se abrieron, unos segundos más tarde se abrían las puertas del infierno. La bomba explotó a 600 metros de altura, creando una gigantesca bola de fuego de casi 300 metros de diámetro (ver maqueta debajo con la bola de fuego roja) y una todopoderosa onda expansiva que avanzaba a casi 400 metros por segundo. Al mismo tiempo la explosión irradió rayos calóricos y la invisible radiación hacia todas las direcciones. La destrucción fue instantánea, todos los edificios que estaban en un radio de 2 kilómetros a partir del hipocentro colapsaron y se quemaron completamente. Solo unos pocos de concreto se salvaron. Se creó una nueva palabrita: hipocentro, el punto en la superficie situado justo debajo de la explosión de altura. Si los edificios fueron destruidos totalmente…¿es posible imaginar lo sucedido con las personas que se encontraban allí?

Cuesta comprender la repetida afirmación de que las personas que murieron instantáneamente fueron afortunadas. Pero realmente fue así, los que sobrevivieron a los primeros segundos de la explosión se enfrentaron aturdidos al peor horror de la historia. ¿Hay forma de describir lo que vivieron? ¿Se puede transmitir lo que no tiene nombre? Las imágenes, esto es, las suscitadas por los relatos orales y los dibujos realizados por los sobrevivientes, son escalofriantes. En tonos marrones, rojizos, negros, aparece una y otra vez el mismo paisaje, personas caminando como zombies con su piel quemada colgando a jirones, otras que se arrastran para tomar agua de un río de cadáveres, gente por doquier pidiendo ayuda sin obtener respuesta, madres desesperadas que no pueden socorrer a sus hijos atrapados en la casa que arde.

Recreación del infierno atómico, Museo de la Paz de Hiroshima

Además del sufrimiento físico y el dolor emocional de haber perdido a los seres queridos se sumaba la incertidumbre: ¿Qué había pasado? Una de las sobrevivientes se encontraba en la ciudad aunque a un par de kilómetros del hipocentro. Era una estudiante de secundaria que en el momento de la explosión estaba manejando un tranvía, era el servicio que le había sido encomendado debido a la escasez de empleados masculinos adultos. Cuando todo explotó ella pensó que había sido la causante, de que había hecho algo mal en el tranvía o se había llevado algo por delante.

Al menos sobrevivió, esa no fue la misma suerte que corrieron la mayoría de los estudiantes que habían sido asignados a tareas de demolición en las zonas cercanas al hipocentro. De los 8400 adolescentes asignados ese día, 6300 fueron aniquilados. Se encontraron algunos uniformes de los mismos, pero el objeto que más conmueve es una cajita metálica con los restos carbonizados de la vianda que llevaba una muchacha de 13 años, Shigeru Orimen. Esos elementos fueron los que permitieron el reconocimiento de los cadáveres, ya que la gran mayoría de la zona cercana al hipocentro estaban carbonizados, desfigurados o incompletos. Algunos literalmente parecen haberse desintegrado, dejando apenas una sombra en el lugar donde se encontraban, como la de la persona que estaba sentada en la escalinata del banco esperando que abriera (la misma fue donada al Museo por el banco).


La zona del hipocentro, antes y después de la explosión

Foto tomada a las 11 del 6 de agosto, a 2 kilómetros del hipocentro

La zona del hipocentro, fotografiada a dos meses del ataque

Con el correr de las horas los sobrevivientes comenzaron a darse cuenta de que lo que había sucedido estaba fuera de todo lo conocido hasta entonces. Esa pequeña certidumbre contrastaba con la fuerza de un enemigo mortal invisible que atacaba sin piedad no solo a los que habían sobrevivido, sino a aquellos piadosos que se habían salvado de la explosión por haber estado a una distancia considerable pero que se dirigieron inmediatamente a la zona de desastre para ayudar a socorrer a los heridos. Personas aparentemente sanas en los primeros días después de la explosión, comenzaron un tiempo más tarde, entre algunos días y varias semanas, a perder el pelo y a expeler sangre por la boca y la nariz. Nadie podía ayudarlos. Morían sin cesar en los hospitales. Se desconocían los tratamientos y además pasó bastante tiempo para que pudieran llegar los elementos adecuados para ello. Hasta el día de hoy, las secuelas dejadas por la radiación siguen llevando gente a la tumba antes de tiempo.

Hiroshima: una historia que no termina

Al ver Hiroshima hoy, una ciudad nueva y moderna, parece mentira que haya sido totalmente desvastada hace poco mas de 60 años. La bomba mató casi 140.000 personas y dejó terribles secuelas físicas, genéticas y psicológicas en miles y miles de sobrevivientes. Parece mentira que el gobierno y buena parte de la población norteamericana siga justificando semejante acción, afirmando que era la única forma de terminar en forma rápida la guerra, y evitando así el desembarco de tropas norteamericanas en las islas, hecho que hubiera acarreado un gran número de bajas. ¿Se puede justificar algo así? Aunque Hiroshima sigue mostrando al mundo entero y a quien quiera ver el terrible dolor sufrido hoy hay países que festejan el desarrollo y las pruebas nucleares. ¿Que nos pasa como seres humanos? ¿Que nubla nuestro entendimiento?

-El gobierno norteamericano deliberadamente evito bombardear la ciudad antes para conocer la magnitud de la destrucción del la bomba.

-Deliberadamente no emitió ninguna advertencia antes de tirar la bomba.

En 1995, en el Museo de Washington se presentó una muestra que exponía al Enola Gay, Había sido restaurado y expuesto para el público. El mismo avión se había utilizado para el reconocimiento necesario para el ataque atómico contra Nagasaki 3 días después de Hiroshima. El piloto del avión, Paul Tibbets, se muestra satisfecho y orgulloso sobre la muestra. Los encargados del museo se mostraron sorprendidos cuando recibieron un email del alcalde de Hiroshima sosteniendo que la muestra era una justificación a las armas nucleares y una ofensa a las victimas y a los que aun hoy sufren sus consecuencias.

Circulan versiones que sostienen que los tripulantes del Enola Gay se suicidaron o se volvieron locos luego de darse cuenta de lo que habían hecho, muy por el contrario, en entrevistas posteriores que se le han hecho, se muestran muy orgullosos de haber cumplido la misión que se les había encomendado.

¡Qué difícil se vuelve escribir sobre esto! Cuando visitamos el Museo de la Paz de Hiroshima nos preguntábamos que enorme responsabilidad y criterio hay que tener para exponer al público los distintos objetos personales recuperados después del holocausto. ¿Hasta que punto mostrar para no caer en lo macabro por un lado o en el “suavizamiento” desmedido por el otro? Lo seguro es que en la segunda opción resultaría imposible comprender lo que pasó y mucho menos ponerse en el lugar de las víctimas. Las huellas presentes de la crueldad, ya sea un reloj, un triciclo, la escalinata de un banco o un uniforme de un estudiante, son apenas testigos mudos de una destrucción sin nombre.

El triciclo que conducía Shinichi (casi 4 años de edad), frente a su casa

situada a 1500 metros del hipocentro, cuando fue alcanzado por la explosión

Cuando se cumplieron 60 años de la bomba el alcalde de Hiroshima, pronuncio una "declaración de Paz", afirmando que la raza humana no tiene el vocabulario que se necesita para explicar fielmente lo grotescamente horrorosa que fue esa experiencia y suficiente imaginación para cubrir esa brecha. "nublando con auto indulgencia el lente de la razón con el cual deberíamos estar estudiando el futuro"

Luego de la explosión se dijo que ninguna planta o árbol crecería por más de 70 años, pero al poco tiempo el verde empezó a aparecer, y esto dio esperanzas a los sobrevivientes para continuar su vida y para comenzar la reconstrucción.

Hiroshima renació con gran vigor, hoy es una ciudad muy activa y con mucho verde: la fuerza de la vida que nació después de la tragedia. Los árboles que quedaron de ese momento, son monumentos a la vida y a la memoria de toda la humanidad.

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