Seguramente tenemos alguna imagen de los palacios europeos del siglo XVII, son famosos los palacios franceses como el de Versalles o el de Luxemburgo. Para refrescar la memoria pueden visitar este último haciendo click aquí. El lujo allí es tal que causa tanto admiración como indignación, si pensamos en las condiciones en que vivía la mayoría de la población. En fin, toda esa profusión de oro, mármol, piedras preciosas, delicados tapices y coloridas pinturas no dejan un mínimo lugar vacío. Estas impresiones brotaron cuando visitamos el complejo del palacio y castillo de Nijo en plena ciudad de Kyoto. ¿Se imaginan el lujo japonés? Ciertamente para ellos el palacio resultaba un lujo, acostumbrados a tanta sencillez y mesura no solo en la arquitectura sino en todos los aspectos de la vida. También allí descubrimos el dorado y las pinturas, no tan coloridas como en Europa auqnue ciertamente bellas.
Hagamos un poco de historia primero. El castillo marca el comienzo y el fin de una era, la era del shogunado o gobierno militar Tokugawa, y el ultimo de los tres que hubo en toda la historia de Japón. Su nombre se debe al clan reinante, cuyo fundador fue Tokugawa Ieyasu. Las guerras intestinas de las décadas previas habían casi destruido al país. Ya a finales del siglo XVI las rivalidades que se disputaban el control se habían agrupado en dos grandes bandos, lo que sugería un pronto final y definitivo. Ese final tiene nombre: Sekigahara, una de las batallas mas grandes entre samurais disputada en octubre del 1600, así terminaba en forma precisa un siglo y toda una época. En grupo de clanes del oriente liderados por Ieyasu se alzo con la victoria, el poder y la riqueza que ello suponía. Un producto de esa riqueza adquirida es el palacio y el castillo de Nijo. Efectivamente, unos meses después de la famosa batalla, Ieyasu ordena a todos los señores feudales del bando occidental sobrevivientes comenzar a construir el castillo, es concluido en 1603. Un par de décadas mas tarde se agregaron dos palacios y la torre del castillo, aunque esta ultima se destruyo por completo en 1750. En 1788 paso lo mismo con el palacio Hommaru, que fue reconstruido a mediados del siglo XIX. El capitulo mas importante de la historia del complejo se escribió en 1867, cuando Tokugawa Yoshinobu, el 15 shogun de la dinastía, llama a los señores feudales mas importantes de todo Japón para anunciar que el shogunado ha llegado a su fin y se devuelve la soberanía completa al emperador. Así se iniciaría la era Meiji, que conduciría al país a la modernización y a la obtención de un rol fundamental en el escenario mundial.
Plano del complejo encerrado por un largo muro y un foso. A la derecha se encuentra el palacio Ninomaru, que se escalona sobre el jardín con el estanque. Atravesando el foso central se llega al palacio Honmaru, que posee un jardín. En el angulo sudoeste el sitio de emplazamiento de la torre, hoy desaparecida. Al norte del complejo se encuentra el jardín Seiryu-en, al que se llega luego de recorrer un sendero flanqueado por camelias.
El recorrido por el complejo comienza por el palacio Ninomaru, el edificio más rico e interesante. La forma de sus techos con una ligera curva le da un aire elegante. Algunos números: tiene 3300 metros cuadrados y 33 cuartos de diferentes tamaños. Entre ellos se encuentran la cocina y el almacén, salones de recepción, de espera, de audiencias, la sala destinada a los mensajeros, las oficinas de los ministros y las habitaciones donde el shogun comía y dormía.
En los salones principales nos encontramos con el "lujo" japonés. Los salones prácticamente no poseen ningún mobiliario. El suelo esta cubierto por las tradicionales esteras llamadas tatami, que no solo sirven para cubrir los pisos de madera sino también le brindan el patrón de medida. Cada tatami tiene 1,80 x 0,90 metros, de allí que se hable de habitaciones de 6, 10, 50 tatamis. Los salones de audiencia y recepción poseen dos niveles e indica la jerarquía, en el inferior se sentaban sobre los tatamis los señores feudales, ministros y otros servidores en una ubicación completamente establecida por el protocolo jerárquico. En el más elevado se sentaba el shogun obviamente aunque no nos debemos imaginar ningún gran asiento, la única diferencia era un pequeño apoyabrazos de madera. La decoración del techo consiste en una sucesión regular de cuadrados pintados con motivos geométricos y florales. Abunda el dorado aunque no en exceso. Lo que causa mayor admiración son los paneles pintados por todo el perímetro de cada salón. Pilares de madera dividen a la pared en forma horizontal y vertical, formando cuadrados y rectángulos que se han pintado por completo, como podemos ver en la fotografía interior.
Todas las pinturas representan motivos paisajísticos, árboles en diferentes épocas del año como cerezos o ciruelos en flor, pinos, bambúes y campos de arroz (se divisan en la pintura izquierda). En todas las escenas aparece algún animal como patos, grullas, halcones, pavos reales y tigres. También se observan en la lejanía algunos pabellones, montañas y ríos. No hay personas en las composiciones, les queda reservado el papel de “este lado”, como observadores. La intención es simple, uno no parece estar mirando una pared, sino un paisaje exterior interrumpido solamente por los pilares de madera oscura. Da la sensación de estar al aire libre, cobijados por un sencillo pabellón sin pared alguna. Tal integración de la naturaleza en el interior del palacio aumenta en las galerías que contornean las distintas salas. A través de ellas se contempla el hermoso jardín del palacio. ¿Donde ha quedado la diferencia entre el adentro y el afuera entonces? La arquitectura ha diluido completamente esa división.
Prosiguiendo el recorrido pasamos un ancho puente de piedra sobre el foso y descubrimos el palacio interno llamado Honmaru, adherido al complejo en 1626. Como parte se incendio tuvo que ser reconstruido con un estilo mas moderno en el siglo XIX.
El palacio Honmaru y sus jardines visto desde el sitio de la antigua torre
En el ángulo sudoeste del predio hay una plataforma más elevada, allí se elevaba la torre del castillo hasta 1750, año en que se incendió.
Luego cruzamos otro puente y deambulamos por un sendero flanqueado por camelias en flor.
Finalmente llegamos al moderno jardín Seiryu-en. Fue construido en 1965, para lo cual se aprovecharon 800 rocas provenientes de la villa de un antiguo y poderoso comerciante del siglo XVII. Tiene una parte de estilo occidental que consiste en un área amplia de césped con algunos árboles por aquí y allá y otra que guarda el tradicional estilo japonés, con estanque, piedras y dos finas casas de te.
Jardín Seiryu-en, al fondo se divisan los techos de una de las casas de te
Así termina nuestra visita al palacio, en ese lugar se nos permite adentrarnos en la vida aristocrática de hace 400 años y podemos admirar y disfrutar la magnifica integración de arquitectura y naturaleza, es en ese encuentro íntimo donde todas las divisiones desaparecen.
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