y yo estoy, en silencio, sentado de noche en mi cabaña.
Es difícil juzgar
si esta lloviendo
o si no esta lloviendo.
Minamoto no Yorizane, siglo XIII
Los tiempos de los monjes que se retiraban solitarios a una cabaña escondida en las montañas quizás haya pasado, pero la sensibilidad hacia el movimiento y cambio de la naturaleza se ha mantenido invariable. ¿Llueve o no llueve? La lluvia de hoy tiene color, esa es la magia del otoño. Incluso a los chicos les gusta “chapotear” sobre la densa capa de hojas caídas como si fueran charcos de lluvia.
El especialista en budismo zen, D.T.Suzuki escribió que la soledad es el espíritu de la naturaleza del otoño. En los viejos tiempos, cuando el clima obligaba a cambiar nuestro modo de vida, llegaba el otoño y quedaba atrás la expansión que se siente en verano, junto con las ganas de estar al aire libre y disfrutar del viento refrescante. Al estar más tiempo al aire libre, era mayor el contacto social. Pero hace apenas 100 o 150 años atrás, el otoño y el invierno, en las latitudes donde se encuentra Japón, el intenso frío obligaba a permanecer buena parte del tiempo en la casa. Incluso hoy en algunas zonas altas, los habitantes de algunos pueblos están acostumbrados a trabajar intensamente la mitad del año, luego los metros de nieve caída que se mantienen bastante tiempo imposibilitan cualquier actividad.
Desde hace unas pocas semanas, en los mismos noticieros se ven imágenes de los árboles que estallan en mil colores. Se arman caminatas y excursiones para ir a los lugares que brindan el espectáculo otoñal. Se hacen festivales relacionados especialmente con el arce japonés, cuya hoja de cinco puntas se va tornando roja poco a poco. Incluso la dieta alimentaria muestra ciertos platos propios de la época, que incluyen hongos de estación, castañas, manzanas. También los kimonos han cambiado, en su mayoría ostentan colores opacos con guardas de hojas de arce rojas u ocres.
Buda dijo que lo único permanente es el cambio y esa afirmación contrasta con el ánimo conservador, que pretende dominarlo todo, incluso la caída de las hojas de los árboles. Refugiados en nuestras casas, con aire acondicionado que permite una temperatura templada todo el año, muchos de nosotros ya no percibimos el ciclo de las estaciones. Tampoco miramos el cielo con la luna y sus estrellas, no vemos desde las junglas de cemento ver salir y ponerse al sol, nos escondemos de la lluvia y el viento, en definitiva, nos hemos alejado del mundo natural. Tal es así que recuerdo algunas personas que consideran la mágica alfombra amarilla o cobriza que se forma en el otoño debajo de los árboles como algo sucio, y todas las mañanas se empeñaban en barrer esa suciedad. En realidad barrían la magia de sus vidas.
A los japoneses les encanta contemplar los cambios que trae el ciclo de las estaciones. La costumbre no es nueva, en la época Heian (siglos VIII al XII) la contemplación de la naturaleza y sus cambios estacionales era el pasatiempo predilecto de la nobleza, así obtenían la inspiración necesaria para componer poemas y obras de arte. Con el período Edo la costumbre traspasó las fronteras de las corte y se extendió gradualmente a toda la sociedad. Llegada la época, por doquier se organizaban fiestas para poder disfrutar de los paisajes otoñales.
Como ya les habíamos contado en primavera esta la costumbre del Hana mi, es decir contemplar los cerezos en flor. Para el otoño se realiza el momiji-gari que consiste en observar el cambio de color de las hojas, en particular el enrojecimiento de los arces y el amarillamiento de los ginkgo biloba.
El significado literal de momiji-gari es “A la caza de las hojas otoñales”. Al contrario del fenómeno de la primavera, donde el florecimiento de los cerezos se produce de sur a norte (comienza en Okinawa y se extiende hasta Hokkaido), en otoño el cambio de color de las hojas se realiza de norte a sur. Programas de televisión registran paso a paso este proceso, donde el otoño ilusoriamente parece avanzar, como si fuera una tormenta o un tifón.
Regularmente vamos al supermercado que está a unas cuadras de aquí. Pero ahora cuesta no dirigir nuestra mirada hacia el espectáculo onírico que brindan los árboles que flanquean la calle que pasa por delante. Una verdadera sinfonía de matices verdes, amarillos, ocres, naranjas, rojos está en plena ejecución.
Un poco más allá, el parque, es una pintura. No somos los únicos que queremos captar pobremente con una cámara fotográfica el momento. Es increíble, son simplemente árboles que pierden hojas, como todos los años, pero en pocos días el cambio es tan rápido y evidente que nos da la sensación de estar en otro mundo. Previamente hemos pasado por el campus de
El hecho es que la naturaleza sigue su curso, es irremediable. Las hojas de los árboles que vimos florecer en primavera, apenas unos meses atrás, hoy las vemos caer, una tras otra, una tras otra, ayudadas por alguna ráfaga de viento. Cuando caen no sienten dolor, no se aferran en ningún momento a la rama, simplemente, se entregan al aire, y luego a la tierra, a la madre tierra. Allí desaparecerán, olvidarán que fueron hojas, y ocurrirá el milagro, se transformarán en otra cosa. Alimentarán quizás al mismo árbol, o una planta, una flor, que a su vez alimentará probablemente a una abeja. Así en el escenario planetario, la materia y la energía danzan continuamente, se transforman sin cesar. La hoja caída este otoño se transforma con el tiempo en polen, y vuelve a volar…
3 comentarios:
Hermosisimo! Sublime...
Cuando a la belleza del objeto se suma la del cómo se cuenta encuentro rústicas todas mis palabras.
Pero es bueno conocerte a través de este blog ya que una noche de junio del 2006 se frustró un encuentro.
Juan Franco
Hola Juan,
Muchas gracias por tu comentario. Me alegro que te haya gustado el blog.
Si, me acuerdo del encuentro frustrado del año pasado. Espero que a nuestro regreso podamos concretarlo y seguir compartiendo esta hermosa experiencia.
Laura
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