sábado, 22 de septiembre de 2007

La cueva de las Rocas Celestiales

Un drama clásico: el reparto de una herencia entre los hijos. Aunque en este caso su escala tiene proporciones mayores: el reparto de territorios cósmicos entre los dioses. De la pareja cósmica primordial nacieron tres hermanos: Amaterasu, la diosa del sol, Tsuki-yomi, dios de la luna; y Susano, el dios de la tormenta. Su padre, Izanagi, le otorgó a Amaterasu los cielos, a Tsuki-Yomi la noche y a Susano el océano. Pero este último se sintió ultrajado, muy disconforme con el reparto. Entonces, seguro de sí mismo, le propuso a su hermana Amaterasu una prueba: el que engendrara de sí mismo por su propia fuerza las deidades más poderosas ganaría la misma. Amaterasu desconfió de él pero finalmente accedió, resultando ganadora. Su hermano lejos de aceptar la derrota se enfureció, asustándola y ofendiéndola de mil maneras, fue bochornoso todo lo que le hizo. La diosa del sol aguantó y aguantó hasta que, asustada por el comportamiento irrefrenable de su hermano, se retiró a una cueva en el cielo, tapando la entrada con una gran roca. Desde ese momento el mundo se sumergió en una oscuridad profunda, plagándose el mundo de malos espíritus.

El lugar donde se escondió la diosa está muy cerca de la ciudad de Nagano, en el pueblo de Togakushi, en una zona de bellísimas montañas, lagos serenos y bosques silenciosos.

Allí se encuentra un sistema de tres santuarios shintoistas, situados a diferentes alturas en la montaña y distan 2 kilómetros aproximadamente el uno del otro. Los mismos denotan un camino procesional que comienza en el santuario inferior, llamado Hokosha. Pero como esforzados peregrinos que somos, tomamos un colectivo hasta el santuario medio, llamado Nakasha. Apenas nos bajamos divisamos dos grandes árboles situados a cada lado de la calle. Enfrente se encuentra el torii o portal que marca la entrada del santuario. Hay que subir un poco por una escalinata de piedra y allí vemos el santuario, rodeado de árboles gigantescos, tres de los mismos tienen 900 años de antiguedad. A su derecha se encuentra una pequeña vertiente. Por detrás se extiende el bosque que asciende la montaña. El santuario sirve de hogar para el dios Ame-no-yagokokoro- omoigane-no-mikoto. Nos detenemos a contemplar unas breves ceremonias donde un kannushi (sacerdote) con su vestimenta ritual luego de tocar el tambor dirige unas palabras a los destinatarios particulares del rito.

Luego seguimos nuestro recorrido, teníamos dos opciones, una corta y la otra larga. Elegimos la segunda, porque podíamos adentrarnos por los senderos solitarios del bosque y descubrir los lagos encerrados entre los árboles. Descubrimos a nuestro paso gran diversidad de hongos, mientras escuchábamos diferentes cantos de pájaros. Cuando llegamos a los lagos, el panorama se abre y podemos admirar las montañas que les sirven de marco reflejándose en la superficie de los mismos.









Finalmente, llegamos al principio del final de nuestro recorrido. De pronto el sendero de abre y nos topamos con uno mucho más ancho. Un par de leones guardianes cuidan la entrada de este sendero. Cerca se encuentra el portal, que a su vez tiene dos deidades guardianas a cada lado.







Apenas pasamos el portal, nos encontramos abrumados por el bosque antiguo, el sendero está flanqueado por altísimos árboles que semejan columnas, firmes, poderosas, parecen no tener fin. La especie es única del Japón, es la Cryptomeria Japonica, pertenece a la familia del ciprés y su nombre local es sugi. El majestuoso sugi puede alcanzar los 70 metros de altura y se encuentra generalmente rodeando a los santuarios. Es el árbol nacional de Japón. Sus grandes raíces, enmarañadas y cubiertas de musgo crean un espectáculo atrapante.



A la derecha del sendero corre un arroyo entre las rocas, la profusa vegetación y los altos árboles.


Seguimos subiendo, ya estamos a unos 1200 metros y vemos que el bosque se abre, detrás se ven las siluetas de los volcanes Togakushi e Izuma, de unos 2000 metros de altura. Por ahora se los ve tranquilos. Así llegamos al santuario superior. Nuevamente hay dos leones guardianes y un poco más arriba un santuario secundario donde podemos ver a una mujer rezando y a la derecha el santuario Okusha. Dentro del mismo se encuentra como figura central un ícono realizado de papel, particular de los santuarios shinto, ya que no poseen imágenes de los dioses. Unas banderas con estilizadas svásticas indican el clan al que pertenecía el santuario.

Pero, ¿a quien está dedicado el santuario? A la izquierda hay una pequeña capilla que guarda la respuesta. Se ve a la diosa Amaterasu detrás de un grupo de seres reunidos. Aquí va el final del mito que contábamos al principio. Está tomado del Kojiki, la primera crónica de la historia japonesa, donde se conjuga con la mitología por supuesto.

Ante los desastres que estaba provocando se hermano, Amaterasu se asustó tanto que se encerró en la Cueva de las Rocas Celestiales (Ame no iwato), de esa forma el mundo quedó en una total oscuridad. Una asamblea de ochocientos dioses se reunió con el fin de solucionar el problema. Trataron de hacerla salir de la cueva recurriendo a diversos trucos pero ninguno funcionó. Finalmente, se le ocurrió un plan a Omori-kane no kami, el hijo sabio de Takamimusibi. Todos estuvieron de acuerdo y se pusieron inmediatamente a fabricar espejos que iban colgando en un gran árbol sasaki de quinientas ramas, que habían arrancado de la montaña y colocado justo delante de la cueva. Cuando estuvo todo listo, prepararon un ritual, llevaron ofrendas allí y Ame no Uzume comenzó a ejecutar una danza erótica delante de la cueva. Dicen que cuando se destapó los senos y se subió las faldas, las risas de los ochocientos dioses hicieron retumbar a la Alta Planicie Celestial.

Por supuesto que tanto jolgorio no podía más que provocar la curiosidad de Amaterasu, quién se acercó un poco a la entrada de la cueva. Al ver a los dioses preguntó: “¿Porqué bailan y ríen tanto si el mundo se encuentra en tinieblas?” Ame no Uzume contestó: “nos reímos y divertimos porque aquí hay una divinidad más venerable que tú!”.

Amaterasu estaba intrigadísima por saber quien era, sin pensarlo siquiera se asomó un poco más y miró hacia donde estaba el árbol, y vio una diosa refulgente, que emitía luz por doquier. Sin saber que era su propio reflejo, se asomó un poco más, situación que aprovechó Tachikarawo, el dios que estaba escondido a lado de la puerta, para tomarla de la mano y obligarla a salir del todo. Otro dios mientras tendía una cuerda mágica para que la diosa no pudiera regresar a la cueva. Así el sol, o la sol, volvió a brillar sobre el mundo, hasta el día de hoy.

Finalmente, la asamblea de ochocientos dioses impuso a Susano un castigo por sus fechorías: una multa consistente en mil mesas de ofrendas. También le cortaron la barba y las uñas de manos y pies para luego expulsarlo de la Alta Planicie Celestial.

El santuario superior está dedicado al dios Tachikarawo, protagonista esencial en la salvación del mundo. Luego, el Kojiki cuenta que cuando Amaterasu mandó a su nieto a pacificar el país, le dió tres objetos que luego se convertirían en los famosos tres tesoros imperiales: las joyas, una espada y el espejo, el mismo que alguna vez estuvo, en el principio de los tiempos, delante de una cueva lejana de las montañas de Togakushi.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Viaje al mundo prehistórico

La era contemporánea y su gran invento, el avión, nos ha permitido viajar velozmente por casi todo el planeta. Pero el anhelo, casi capricho, que queda sin satisfacer es viajar por el tiempo. Fue un británico del siglo XIX, Herbert George Wells quien legó a la posteridad su famosa novela La máquina del tiempo, que tanto impactó la mentalidad del siglo XX con sus versiones cinematográficas.

Para venir a Japón ya hemos viajado bastante, y como experiencia agregada a tamaño viaje, pudimos la semana pasada hacer un salto en el tiempo, hacia la prehistoria. Uno no ha dejado todavía atrás la telaraña de rutas y modernas autopistas con su enjambre silencioso de autos último modelo cuando se encuentra sumergido de repente en una aldea prehistórica, si, de mucho antes de la invención de la escritura.

La aldea es una recreación ideal perteneciente a la cultura Jomon, cuyos orígenes se remontan al 10000 AC., cuando la época glacial recién se terminaba. Esta cultura dominó el archipiélago japonés hasta el siglo III AC, cuando son desplazados abruptamente por otra cultura, la Yayoi, proveniente de la isla de Kyushu, al suroeste de la isla central y más extensa de Honshu, donde estamos parados en este momento (aunque a veces se mueva).

Se dedicaban a la recolección, tanto de vegetales como de mariscos, a la caza y a la pesca, actividad que ha configurado la culinaria japonesa hasta nuestros días. Sacarle el pescado a un japonés es igual a sacarle la carne a un argentino: no saben que comer si ocurre tamaña “tragedia”. El trabajo no se había inventado todavía, pasaron milenios hasta la introducción de la cultura del arroz. Hasta entonces sólo practicaban una agricultura de tipo silvestre, limitándose a proteger aquellos plantas nutritivas que crecían espontáneamente.

Vivían en esas lindas cabañas de paja y madera que podemos ver. Las hacían tanto rectangulares como circulares. Una ventanita en la parte superior dejaba escapar el humo proveniente de la hoguera, donde cocinaban y se acercaban en el invierno para paliar el frío.





El interior de las cabañas no es apto para vegetarianos: pieles que hacen de alfombra, liebres, pescados y aves colgando de las vigas de madera y otras cosas por el estilo. También vemos variados utensilios para la cocina, la caza y la pesca, el arreglo personal y la confección de la vestimenta. Utilizaban la obsidiana para tallar cuchillos y puntas de flecha. Hacían hachas pulimentadas como también arpones y anzuelos fabricados con asta de ciervo.






Por lo visto, debemos ubicar a esta cultura de la Edad de Piedra por sus características en el período previo al neolítico, el paleolítico, ya que no practicaban la agricultura y la ganadería. Pero por su cerámica entran de lleno en el neolítico, en el primer puesto. La cerámica Jomon es la más antigua que se conoce. Las piezas se solían decorar con surcos, incrustando caracoles o presionando con cuerdas sobre su superficie. Eso le da el nombre a la cultura: la cerámica de esta época se conoce como jomon doki (jo: cuerda; mon: modelo, y doki: vasija de barro). La creencia común era que la cerámica china era anterior, pero la más antigua descubierta tiene 9000 años. A partir de época mucho más recientes influyó en la cerámica japonesa.

Es remarcable el desarrollo que adquirió la cerámica Jomon con el tiempo, creando esas fantásticas figuras que adornan como trenzas la parte superior de las vasijas. Se descubrieron en la prefectura vecina a la de Nagano, en Niigata (donde fue el epicentro del último terremoto). La más antigua tiene 5000 años. Uno las ve y se traslada a un mundo mítico.






En el centro del poblado se encuentra una estructura religiosa que es el antecedente del torii (esos portales que marcan la entrada a los santuarios shinto) que conocemos. En el poste horizontal aparecen reproducciones de pájaros. Allí presentaban sus ofrendas los habitantes de la aldea. Torii significa justamente pájaro, y en su origen simplemente debe haber sido el lugar elegido por los pájaros para posarse. Su alianza con el cielo debe haber sugerido el valor sagrado de la estructura.




Frente al torii se encuentra una cabaña que pensamos se usaba como almacén, dada su construcción sobreelevada sobre postes de madera.

Así termina nuestro viaje. Nos trasladamos así por unos momentos a una aldea de la Edad de Piedra. Entramos sin ser vistos a sus hogares, apreciamos las construcciones, la cerámica, compartimos sus ofrendas a los dioses, pero sólo se nos permite unos momentos, la máquina del tiempo ya está en marcha para llevarnos de regreso al siglo XXI.


lunes, 3 de septiembre de 2007

Tumbas del silencio

A unos 15 kilómetros al sur del departamento donde estamos viviendo, se encuentra un interesante sitio arqueológico digno de visitar un espléndido domingo como el de ayer. Fuimos en bicicleta y gracias al Google Earth no nos perdimos en la entramada red de caminitos, calles, rutas, puentes, túneles, autopistas y vías de tren. En la foto satelital podemos divisar el sitio de la tumba, emplazado en la montaña. Como prueba del laberinto de vías de transporte, en la foto se pueden ver las vías del tren común, a la izquierda, del otro lado de la montaña la vía del tren bala que se interna en la misma por un túnel y en diagonal una ruta común. Afortunadamente, el lugar se divisa desde lejos, ya que se encuentra arriba en la montaña.

El sitio se llama Mori Shogunzuka, es un túmulo funerario. El tipo de enterramiento de la nobleza japonesa de la antigüedad le da el nombre a la época: Kofun (desde el siglo III al VII DC). Justamente el significado de kofun es tumba antigua. El hecho de que se divise desde lejos nos habla de su tamaño, dicha tumba es con sus 100 metros una de las más largas de Japón pero nada en comparación con las tumbas de los primeros emperadores del período, una de las tumbas más famosas se encuentra en Osaka y tiene casi 500 metros de largo, 300 de ancho y 35 de alto, está rodeada por un foso con agua. Tal embargadora ha ocasionado su comparación con las pirámides egipcias.

En el pie de la montaña se encuentra el Museo dedicado a la tumba, su excavación y reconstrucción. Al lado se encuentra el Museo de historia de Nagano (muy lindo museo). A la derecha podemos ver el sendero bien señalizado que asciende hasta la tumba, internándose en el tupido bosque de cipreses (Mori significa bosque en japonés). La imagen inferior corresponde al dibujo del emplazamiento, con el sendero de ascenso y los otros elementos del complejo.


Después de 20 minutos de ascenso llegamos al sitio del túmulo, la montaña de piedras resguardaba antiguamente el nicho del sepulcro. Data del siglo IV DC y fue excavada a partir de 1971. Había sido profanada. Más tarde se decidió restaurarla, tarea que demandó varios años culminando en 1991. Las fotografías fueron tomadas desde lo que se considera el frente de la tumba.

Resulta curiosa su característica forma de agujero de cerradura, está orientada al noroeste aunque la parte circular delantera se encuentra desviada con respecto al eje de la parte que conforma un pentágono (la parte de abajo del agujero de cerradura). El porqué de la forma se halla aún sin respuesta, pero son una originalidad japonesa, recientemente se han encontrado en Corea pero parecen ser menos antiguas. La tumba no se encuentra sola, la misma es la construcción más monumental de un complejo de enterramientos que comprende otros túmulos (simples elevaciones circulares cubiertas de pasto) y tumbas más pequeñas como la de la foto de la derecha, al lado de la tumba mayor.



En la “terraza”, en la parte circular, se encuentra demarcado el sitio donde reposaba el cuerpo del señor, rodeado de sus valiosas pertenencias y otros objetos útiles para la vida de ultratumba. El nombre que se le daba a estos líderes del clan era uji, quienes mandaban sobre un número importante de be o súbditos. Marcan el comienzo en Japón de una definida estructura de poder local cuyo desarrollo va a originar con el tiempo la institución imperial. Precisamente el signo más claro del creciente poder de los uji es la dimensión del conjunto funerario. Realizar semejante obra supone el uso de una importante cantidad de recursos humanos y materiales, debajo podemos ver un dibujo de la construcción.



En los restos de las tumbas del período se encuentran ya objetos de bronce relacionados con la equitación, lo que marca su importación del continente y adaptada por los uji como nueva “arma” de guerra. Otros objetos comunes son los espejos, armas, collares, están relacionados con el poder mágico. También se encuentran por supuesto objetos de terracota de diversas formas, partes del atuendo como sombreros, abanicos, sandalias, personas como guerreros, mujeres, campesinos, edificios, animales, etc. En la superficie del monumento se observa una infinidad de urnas de terracota, las mismas también son características de la época. En la foto se observan las fases de su fabricación.



Aunque la mayor concentración de este tipo de complejos funerarios se encuentra en la región de las actuales Kyoto y Osaka, en las montañas que rodean a Nagano se encuentran varios, como lo podemos ver en la imagen inferior.

Los tiempos han dejado muy atrás al mundo de los uji y sus súbditos. Las guerras, los amores, los miedos que experimentaron los antiguos japoneses Kofun, una cultura sin escritura, permanecen en silencio. La tumba es hoy el símbolo más evidente del silencio en el cual toda una sociedad esconde sus secretos.