domingo, 16 de septiembre de 2007

Viaje al mundo prehistórico

La era contemporánea y su gran invento, el avión, nos ha permitido viajar velozmente por casi todo el planeta. Pero el anhelo, casi capricho, que queda sin satisfacer es viajar por el tiempo. Fue un británico del siglo XIX, Herbert George Wells quien legó a la posteridad su famosa novela La máquina del tiempo, que tanto impactó la mentalidad del siglo XX con sus versiones cinematográficas.

Para venir a Japón ya hemos viajado bastante, y como experiencia agregada a tamaño viaje, pudimos la semana pasada hacer un salto en el tiempo, hacia la prehistoria. Uno no ha dejado todavía atrás la telaraña de rutas y modernas autopistas con su enjambre silencioso de autos último modelo cuando se encuentra sumergido de repente en una aldea prehistórica, si, de mucho antes de la invención de la escritura.

La aldea es una recreación ideal perteneciente a la cultura Jomon, cuyos orígenes se remontan al 10000 AC., cuando la época glacial recién se terminaba. Esta cultura dominó el archipiélago japonés hasta el siglo III AC, cuando son desplazados abruptamente por otra cultura, la Yayoi, proveniente de la isla de Kyushu, al suroeste de la isla central y más extensa de Honshu, donde estamos parados en este momento (aunque a veces se mueva).

Se dedicaban a la recolección, tanto de vegetales como de mariscos, a la caza y a la pesca, actividad que ha configurado la culinaria japonesa hasta nuestros días. Sacarle el pescado a un japonés es igual a sacarle la carne a un argentino: no saben que comer si ocurre tamaña “tragedia”. El trabajo no se había inventado todavía, pasaron milenios hasta la introducción de la cultura del arroz. Hasta entonces sólo practicaban una agricultura de tipo silvestre, limitándose a proteger aquellos plantas nutritivas que crecían espontáneamente.

Vivían en esas lindas cabañas de paja y madera que podemos ver. Las hacían tanto rectangulares como circulares. Una ventanita en la parte superior dejaba escapar el humo proveniente de la hoguera, donde cocinaban y se acercaban en el invierno para paliar el frío.





El interior de las cabañas no es apto para vegetarianos: pieles que hacen de alfombra, liebres, pescados y aves colgando de las vigas de madera y otras cosas por el estilo. También vemos variados utensilios para la cocina, la caza y la pesca, el arreglo personal y la confección de la vestimenta. Utilizaban la obsidiana para tallar cuchillos y puntas de flecha. Hacían hachas pulimentadas como también arpones y anzuelos fabricados con asta de ciervo.






Por lo visto, debemos ubicar a esta cultura de la Edad de Piedra por sus características en el período previo al neolítico, el paleolítico, ya que no practicaban la agricultura y la ganadería. Pero por su cerámica entran de lleno en el neolítico, en el primer puesto. La cerámica Jomon es la más antigua que se conoce. Las piezas se solían decorar con surcos, incrustando caracoles o presionando con cuerdas sobre su superficie. Eso le da el nombre a la cultura: la cerámica de esta época se conoce como jomon doki (jo: cuerda; mon: modelo, y doki: vasija de barro). La creencia común era que la cerámica china era anterior, pero la más antigua descubierta tiene 9000 años. A partir de época mucho más recientes influyó en la cerámica japonesa.

Es remarcable el desarrollo que adquirió la cerámica Jomon con el tiempo, creando esas fantásticas figuras que adornan como trenzas la parte superior de las vasijas. Se descubrieron en la prefectura vecina a la de Nagano, en Niigata (donde fue el epicentro del último terremoto). La más antigua tiene 5000 años. Uno las ve y se traslada a un mundo mítico.






En el centro del poblado se encuentra una estructura religiosa que es el antecedente del torii (esos portales que marcan la entrada a los santuarios shinto) que conocemos. En el poste horizontal aparecen reproducciones de pájaros. Allí presentaban sus ofrendas los habitantes de la aldea. Torii significa justamente pájaro, y en su origen simplemente debe haber sido el lugar elegido por los pájaros para posarse. Su alianza con el cielo debe haber sugerido el valor sagrado de la estructura.




Frente al torii se encuentra una cabaña que pensamos se usaba como almacén, dada su construcción sobreelevada sobre postes de madera.

Así termina nuestro viaje. Nos trasladamos así por unos momentos a una aldea de la Edad de Piedra. Entramos sin ser vistos a sus hogares, apreciamos las construcciones, la cerámica, compartimos sus ofrendas a los dioses, pero sólo se nos permite unos momentos, la máquina del tiempo ya está en marcha para llevarnos de regreso al siglo XXI.


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