lunes, 19 de mayo de 2008

Donde viven los inmortales

La historia del jardín japonés es también la historia de la búsqueda del paraíso, ese lugar de íntima relación con la naturaleza, donde el dolor y los pesares de la vida no entran. Pero hay algo más intrínseco a ello: la búsqueda de la inmortalidad, el deseo de que ese paraíso se mantenga para siempre. El inicio de esa búsqueda no sucedió en Japón, debemos rastrearla en el continente, en el comienzo de la dinastía imperial china. Y si quisiéramos, podríamos ir incluso más lejos, a Mesopotamia y Egipto, pero queremos esbozar aquí la influencia inmediata que tuvo la cultura japonesa al respecto.

Antes que nada, debemos aclarar que la cosmovisión japonesa de la época medieval (momento en que la visión del paraíso era parte tanto de la religión como del diseño de los jardines) es el resultado de la asimilación gradual de varias corrientes. Las influencias han provenido de Corea, China e India, aunque de esta última lo han hecho en forma indirecta, ya que los elementos de su cultura han llegado a Japón luego de pasar por el crisol chino. Así descubrimos que del continente han arribado tanto libros como maestros y artistas chinos, y junto con ellos no solo un idioma y una forma de escritura sino también la mitología, religión, filosofía, arte, urbanismo, costumbres, en fin, toda una cosmovisión. Al entrar en la época Kamakura el budismo ya llevaba 6 siglos desde su llegada a Japón fusionándose con el shintoismo. Más antigua había sido la introducción del cultivo de arroz, que conforma toda una cultura en si misma, hacia el 300 a.C. Al arroz le siguieron objetos de bronce, luego de hierro, formas de hacer cerámica, de pintar y esculpir, el calendario, la tinta y el papel. Finalmente, precisamente en 1191, llegara algo que con el tiempo conformara una verdadera mística, incluso una arquitectura: el te.

Ahora sí, de las contribuciones originales de la cultura china, ciertos elementos e imágenes de los mitos taoístas serán trasladados al diseño del jardín. Uno de ellos es el mito de las islas de los inmortales. Tal lugar paradisíaco estaba situado en el mar oriental, frente a la costa de Shandong. Las islas de ensueño tenían altísimas montanas, de miles de metros de altura. La abundancia en las islas era increíble, las construcciones eran de oro, plata y jade, los animales tenían bellos colores y había una frondosa vegetación compuesta por árboles de perlas y piedras preciosas. Los animales de las islas son de un blanco inmaculado. Ahí no termina todo, las islas ejercían una poderosa atracción sobre los antiguos chinos ya que guardaban el tesoro mas preciado: la juventud eterna. Los inmortales que vivían allí poseían poderes sobrenaturales como la levitación aunque preferían el vuelo en grulla entre las altas montañas.

Escena del mito de los 8 inmortales cruzando el mar

Un mito cuenta que las islas flotaban en la superficie, como sus habitantes temieron que se fueran a la deriva solicitaron ayuda al Supremo Gobernante del Cielo. Este envió 15 enormes tortugas en donde se asentaron las islas, aunque no por mucho tiempo. Un gigante atrapó algunas tortugas y se las llevó, como resultado dos islas fueron arrastradas por las olas y se perdieron. Tal es la impermanencia de las cosas, aún de las islas de los inmortales.

Lo cierto es que en la legendaria China antigua, donde el mito se confunde con la historia, hubo emperadores que creyeron realmente en la existencia de las islas y, preocupados por obtener el fruto de la inmortalidad, llegaron a costear expediciones para encontrarla. En la imagen de la izquierda podemos contemplar al autodenominado Primer Emperador o Shi Huangdi (260-210 a.C.). El era un hombre llamado a realizar empresas grandiosas, como unir bajo su mandato el infinito territorio de los reinos chinos, pretender cerrar tal territorio con la construcción de una Gran Muralla y abolir la inmensa historia previa a su reinado quemando todos los archivos reales. Su misma tumba continúa siendo objeto de especulaciones, aunque el descubrimiento del fabuloso ejército de terracota que lo protege en el mas allá hace que toda nuestra imaginación sea escasa. El hecho que nos interesa es su búsqueda “material” de la inmortalidad. El Primer Emperador estaba convencido de la existencia de las islas de los inmortales, con el fin de encontrarlas hizo 3 viajes a la isla de Zhifu, no tuvo éxito. Luego envió a un personaje al cual algunas leyendas lo vinculan con Japón: Xu Fu. Luego de varios años de búsqueda, volvió con las manos vacías pero alimento aun más la ansiedad del emperador al contarle que había estado cerca de cumplir con su cometido. Como los inmortales denegaron darle la planta sagrada, sugirió a Shi Huangdi enviar como ofrendas jóvenes y artesanos capaces de crear bellos regalos para los inmortales. Se organizo una flota de 60 barcos, 3000 muchachos y muchachas, los artífices y 5000 tripulantes. Con todo ese gasto su objetivo no fue cumplido, al cuestionar el emperador a Xu Fu este se excusó diciendo que bestias marinas habían impedido a la flota llegar a la montaña sagrada del mar. El emperador confió nuevamente en el, aumento la tripulación con arqueros y todos juntos se hicieron a la mar en el 210, para nunca más regresar.

La versión de que Xu Fu se dirigió a Japón y se estableció allí con el tiempo se popularizó. Una estampa del genial Hokusai muestra el instante en que Xu Fu llega al Monte Fuji y extasiado descubre que su búsqueda ha terminado.

El motivo de las islas de los inmortales, como dijimos al principio, se trasladó desde temprano al arte paisajista japonés. Así aparecen en innumerables jardines varias formas de representar las mismas. Generalmente se le llama isla Horai (ésta también puede ser una pequeña península en el estanque o una roca vertical dentro de una composición pétrea). Otras variantes comunes son las islas de las tortugas y de las grullas. En el número 64 de la revista Jardín (otoño 2008) hemos publicado un artículo donde aparece esta simbología en el diseño del jardín de tipo paradisíaco del Kinkakuji, más conocido como Templo del Pabellón Dorado. Allí dos islas plantean una relación con el pabellón: una representa una tortuga que se aleja del mismo (foto izquierda), la otra una que se acerca. La tortuga, así como la grulla, es un animal que vive mucho tiempo, de ahí su inclusión en el mito de las islas de los inmortales. Otras islas dentro del jardín japonés de este tipo se denominan islas de las grullas, el “vehículo” volante de los habitantes de las míticas islas.

Un par de islas, una de la tortuga y otra de la grulla, en el centro de la foto.

El jardín del Tenryuji o Templo del dragón celestial, situado al oeste de Kyoto, pertenece a un monasterio zen y fue realizado a comienzos del siglo XIV. Presenta un hermoso estanque no muy grande con algunos puentes y una serie de composiciones pétreas de contenidos simbólicos.

Jardín con estanque del Tenryuji

Frente a la vivienda del sumo sacerdote se encuentra una cascada diseñada con piedras que es muy hermosa, da la impresión de representar una catarata. La composición corresponde con el mito de la puerta del dragón. Ahora nos interesa una serie de rocas situadas delante de la cascada y dentro del estanque, parecen emerger del mismo. Las rocas son siete y representan las míticas islas de los inmortales.

Al fondo se observa la composición de la cascada, en el detalle debajo podemos ver las islas Horai

Otro jardín de Kyoto que presenta la simbología de las islas míticas, en este caso del tipo kare sansui o jardín seco, es el Ryogenin (ampliar foto izquierda). El templo posee varios jardines secos, el más grande constituye una representación del universo, “condensado” en un amplio mar de grava rastrillada. Dentro del mar encontramos tres composiciones: en el fondo, en la esquina, las islas Horai, a la derecha atrás una isla de las grullas, por último una isla de las tortugas con musgo representa la isla de las tortugas.

Este ha sido nuestro pequeño recorrido por la historia del antiguo mito de la búsqueda del paraíso de los inmortales y su presencia en el diseño paisajístico. Más allá de que uno conozca o no la simbología de los jardines japoneses, la percepción que uno tiene en su presencia es la misma: uno se siente como si estuviera en el paraíso. Allí el tiempo se detiene, o se esfuma literalmente, y la eternidad irrumpe. La búsqueda, como la de Xu Fu hace dos milenios, también ha terminado.

La imagen del primer emperador chino fue tomada del sitio www.arqueologos.org. La pintura de los inmortales cruzando el mar fue tomada del sitio sacredcircuits.net. El resto de las fotografías así como el texto pertenecen a los autores de este blog y no pueden ser reproducidas por ningún medio sin la autorización de los mismos. Gracias.

martes, 6 de mayo de 2008

Viento y agua

En la última década se ha popularizado el conocimiento del Feng Shui, la geomancia china. Al igual que su similar chino, la palabra japonesa Fu Sui significa viento y agua respectivamente. Con esas alusiones a elementos naturales esenciales, tanto chinos y japoneses concibieron una ciencia que se encargaba de determinar la forma energética y el mejor lugar para edificar una casa, situar una tumba, desarrollar un jardín o diseñar una ciudad entera, dentro de su entorno artificial o natural. La geomancia entiende al ser humano dentro de una concepción holística del cosmos, concibiéndolo como una pieza integral de la naturaleza y sus campos de energía.

En la geomancia china el principal instrumento es el “compás” geomántico, el cual simboliza una reproducción del cosmos, una especie de mandala chino, una representación simbólico-iconográfica del universo. Esta dividido en 3 niveles, cielo, hombre y tierra. Ese mandala lo podemos ver en el plano del Templo del Cielo, la foto arriba a la derecha. Debajo a la izquierda podemos observa el famoso palacio imperial de la Ciudad Prohibida, en Pekìn.

La geomancia práctica se asemeja a una acupuntura de la naturaleza, y la acupuntura a una geomancia del cuerpo humano, según lo describe el arquitecto Gunter Nitschke en su libro “El jardín japonés”. Es la noción del acto reflejo, cielo y tierra, ser humano y naturaleza, es una concepción holística. Para darnos una idea de la importancia que se le dio a esta disciplina, bajo el reinado del emperador Temmu la geomancia incluso se convirtió en asunto de estado, había una central de inspección llamada la oficina del Ying y el Yang. De esta integración de lo que percibimos como “diferentes” planos de la realidad, incluyendo el tiempo, se constituyó el arte de la geomancia.

Japón poseía un arte geomántico particular antes de la importación del Feng Shui de China. Estaba ligado al sistema religioso-agrícola del cultivo de arroz y comprendía las relaciones entre los kamis de la montaña, la gente de la aldea, el campo de cultivo y el santuario situado en el punto de contacto entre lo divino y lo humano. Pero ya en la antigüedad la consolidación de un poder centralizado bajo el emperador hizo que se adoptarán varios aspectos de la cultura china, que era tomada como un referente, un modelo a seguir.

La primera capital más o menos estable erigida según ese modelo fue la de Asuka, en el siglo VII. A partir de ese momento se fue trasladando hacia el norte en forma regular y no solo eso: se adoptó el modelo cuadriculado de las ciudades imperiales chinas. La primera de tales emplazamientos fue Fujiwara (fines del siglo VI, luego vendría Heijo (la Nara actual) 710-784 y finalmente Heian-kyo, o capital de la Paz y la Tranquilidad. En 794 se convirtió en el asiento del gobierno imperial y dio comienzo a un nuevo periodo de la historia japonesa que lleva el nombre de la ciudad: periodo Heian.

Tanto los jardines, como los palacios y las ciudades de China y Japón se orientan en lo posible mirando hacia el sur. Los chinos creían que todo el poder procedía de lo alto, del cielo, y no lo concebían como un ser personal. El intermediario, el que producía el equilibrio de esa fuerza tremenda y nuestro mundo era el emperador. Por eso se lo compara con la estrella polar, el movimiento de las constelaciones parece ser una rueda alrededor de ese centro fijo de la estrella, a su vez, el soberano celeste. Aquí en la tierra todo gira alrededor del emperador, que se sitúa en su palacio erigido en el norte de la ciudad.

Actual trono del palacio imperial de Kyoto.

Desde allí, una ancha avenida separa en dos la ciudad, mejor dicho se conforma como su eje, su columna vertebral. En el caso de Kyoto, la avenida tenía 85 metros de ancho. Podemos observarla en la fotografìa de la derecha y debajo. Otra avenida un poco más ancha cruza perpendicularmente la ciudad por el frente sur del recinto palaciego. Una diferencia de las ciudades imperiales japonesas con respecto a las chinas es la ausencia de murallas, eso se debe a su aislamiento del continente.


Maqueta del recinto imperial de Kyoto, se puede observar la traza de la avenida

que comienza en el portal sur del complejo.

Ya que estamos con las cuestiones de protección, tanto las ciudades como las tumbas debían adoptar una configuración geomántica tipo sillón, rodeadas por tres costados (el respaldo y los dos apoyabrazos) por montañas. En chino la palabra que denomina esta forma es Xue, que significa cueva o refugio. El mismo ideograma de Xue se usa para designar el punto de acupuntura. La ciudad de Kyoto cumple con esos requisitos: se encuentra en un valle y rodeada por tres costados de montañas de alrededor de 1000 metros. Hacia el norte encontramos las montañas Tamba y en el noreste la altura máxima: el Monte Hiei. Según el feng sui había que conjurar la dirección mas nefasta: el noreste. En el caso de Kyoto entonces, el monte Hiei protege a la ciudad de los fríos vientos invernales que provienen del noreste.


El monte Hiei se insinúa en el horizonte y complementa el marco del jardín zen del templo Shodenji.

Estas montañas no solamente daban a los jardines, templos y palacios un hermoso marco, mantienen una especie de microclima con altos niveles de humedad, lo cual favorece el crecimiento del musgo, uno de los elementos distintivos de los jardines. Las montañas también proporcionan abundantes fuentes de agua que son utilizadas en los jardines. Tres ríos atraviesan Kyto: el río Katsura por el oeste, el río Kamo por el este y el río Uji por el sur. Ellos encarnan la presencia del elemento agua, y por ende de la abundancia y la prosperidad que va unida a ella, no olvidemos que estamos hablando de sociedades netamente agrícolas. Así se completa el esquema de armonía entre el viento y el agua, y la mejor evidencia de ello es la Kyoto moderna, una ciudad con 1300 años de historia donde conviven un millón y medio de personas.

La configuración urbana de la ciudad inicial se reproducía a escala menor en las villas aristocráticas y palacios, con jardines ubicados en el sur de las edificaciones. Los pabellones “abrazaban” a los jardines, ya que de los extremos del edificio principal situado en el norte procedían dos extensas galerías que delineaban el jardín por el este y el oeste. Eso al menos sucedía en la época Heian, comprendida entre fines del siglo VIII y fines del siglo XII: De esa época data el sakuteiki, el manual de jardinería más antiguo que se conoce. El texto está lleno de alusiones geománticas, una de ellas se refiere a la ubicación de la casa o pabellón con respecto al curso de agua, este constituye un elemento indispensable del jardín y alimenta al estanque. La ubicación favorable era la que estaba rodeada por el recorrido del río, arroyo o curso de agua canalizado. Así habla el Sakuteiki:

“Considera un lugar rodeado por el meandro de un río como el vientre de un dragón. Feliz aquel que construya su casa sobre el vientre del dragón. El que construye su casa sobre la espalda del dragón está desafiando al destino…”[1]


La obediencia a esa indicación, que no es ni mas ni menos que la búsqueda de la armonía entre arquitectura y naturaleza, sobrevivió al paso del tiempo. Ejemplo de ello es la disposición de los pabellones del templo Tenryuji en Kyoto y que podemos observar arriba. También lo podemos observar en el jardín de la villa imperial de Katsura, en Kyoto, situado al margen del río del mismo nombre. Fue realizado entre los años 1616 y 1660. Todos los edificios se encuentran en los diferentes “vientres de dragón” que delinean los brazos del estanque. Es una villa de ensueño, uno de los más bellos ejemplos de la estética japonesa, perfecta integración de obra humana y naturaleza.

Representación de la villa Katsura


[1] En El jardín japonés por Gunter Nitschke, pág.36, traducción de Carmen Sánchez Rodríguez.