viernes, 30 de noviembre de 2007

Y la tierra se cubrió de crisantemos

Hubo que esperar hasta noviembre para comprobar que Japón es la tierra del crisantemo. Por todas partes aparecieron los crisantemos que normalmente se reconocen como tales, esas gigantescas flores de miles de pequeños pétalos cuyo nombre científico es Chrysanthemum sinensis. Pero ahí no terminó todo, en las numerosas exposiciones de la flor que se realizan por todo el país, pudimos ver hasta empalagarnos todas las infinitas variedades de crisantemos que desconocíamos, chicas, grandes, de todos los colores, de menor cantidad de pétalos, en bonsais... nos cansamos de ver crisantemos.
Bonsai de crisantemos

Nos habíamos enterado por casualidad, como muchas veces nos ha pasado, de una gran exposición donde se mostraban 2000 crisantemos para todos los gustos. Pero la sorpresa fue que antes de llegar a esa exposición en el parque Hibiya de Tokyo, fuimos a visitar otros lugares como jardines tradicionales o santuarios shinto, y cada lugar había organizado su pequeña exposición de crisantemos. Pequeña es una forma de decir, eran cientos las flores que se mostraban en cada lugar. Parque Hibiya de Tokyo

Resulta asombroso el grado de perfeccionamiento y la diversificación que ha tenido el cultivo en Japón. No es por casualidad, es el emblema o blasón del emperador. Por eso se conoce al trono japonés como Trono del crisantemo o Kikukamonsho, kiku es crisantemo en japonés. El crisantemo que se toma como emblema es el amarillo o dorado y se lo representa con 16 pétalos. Incluso los demás integrantes de la familia imperial tienen emblemas muy similares, que apenas se diferencian del que usa el emperador para firmar documentos oficiales. No pueden usar el mismo. Tal emblema es el icono de la monarquía actual más antigua del mundo, y tácitamente fue aceptado como símbolo nacional hasta hace muy poco, recién una ley de 2005 establece su uso como tal.
Banderas con el emblema imperial. Santuario en Kamakura.

Ahora bien, si vemos el icono imperial, no parece una flor de crisantemo. Se trata de una variedad particular denominada hironishi que se unió a los destinos imperiales por su semejanza con el sol y sus rayos. Según la tradición, el emperador de Japón se considera descendiente de la diosa del sol, Amaterasu. Entonces el crisantemo es una de las formas terrestres de la diosa. Su sacralidad y su poder hicieron que hasta el siglo pasado su cultivo fuera un privilegio de la familia imperial y la nobleza. El pueblo común no podía cultivarlo ni representarlo artísticamente.

En Occidente penetró no hace mucho, históricamente hablando por supuesto. El capitán de la marina mercante francesa (y aficionado a las flores) Pierre Blancard, vuelve de su viaje al Lejano Oriente en 1789, atracando en Marsella el mismo año de la revolución. De China trae tres ejemplares de una flor de otoño desconocida sin perfume, pero hermosa por su colorido. El capitán vivía en un pueblito cerca de allí, en el jardín de su casa plantó los ejemplares, de los cuales uno sobrevivió y se convirtió en la abuela de los crisantemos de Europa. Un día el capitán, ya jubilado, sacó un ramo del ya asentado cultivo y se lo regaló a la emperatriz Josefina. Las flores no tenían nombre, así que Josefina intrigada consultó a los botánicos del jardín imperial, los cuales desconocían obviamente la flor. Resultado: decidieron llamarle Chrysanthemum, Chrysos oro y anthemos flor, por su coloración amarilla fuerte. El nombre Flor de oro se extendió rápidamente.
El origen en realidad del crisantemo es chino, donde se cultivaba desde tiempos inmemoriales. Incluso una ciudad antigua, Ju-Xian, significa ciudad del crisantemo. Hubo que esperar al 800 d.C. para ser introducida en Japón y ser adoptada como símbolo imperial, aunque algunas fuentes señalan que ya se conocía en el siglo IV. En China desde la antigüedad se usó como hierba medicinal (y aún se utiliza) ya sea para el dolor de cabeza como para los estados gripales. En Japón se dice que las geishas lo usaban por los dolores menstruales.
Pero aquí vienen las diferencias culturales, una flor tan apreciada en Oriente como símbolo de vida y poder supremo, en Occidente los creyentes la suelen llevar al cementerio el día de los muertos. Esto se debe a que, además de su infinita variedad, el crisantemo es apreciado por su floración tardía, en la segunda mitad del otoño (noviembre es el mes de los crisantemos en un país del hemisferio norte como Japón). Su florecimiento en el ocaso del año transmite un mensaje de esperanza, aunque su asociación con la muerte en la cultura occidental contemporánea lo carga de sentimientos negativos.
Nos gustaría quedarnos con la visión oriental, así que les contamos una breve historia:

Corrían los años de los Reinos Combatientes en China, faltaba poco para que uno de los reinos centralizara completamente el poder. El señor de Qin poco a poco estaba conquistando los demás reinos. En el medio de estas continuas luchas, el noble Tan-Son, que gobernaba una provincia del sur, fue derrocado. De repente se vio obligado a dejar su vida acomodada y huir hacia el norte como un perro, refugiándose en un pequeño pueblo. Estaba sumido en una completa depresión, no sabía que hacer ante esa situación inesperada. Fue ahí cuando Ta-Son tuvo una revelación: en pleno otoño una flor vibrante desafiaba el ya riguroso clima del norte. Una simple flor podía enfrentarse con éxito a una situación que se podía comparar con la suya. Inmediatamente recuperó su confianza, no así sus ansias de poder, dedicó el resto de su vida a componer poemas inspirados por la flor que de alguna manera le había enseñado que la vida siempre se abre paso.

Que disfruten del video (ir abajo)

lunes, 26 de noviembre de 2007

Donde Occidente se encuentra con Oriente

¿Hay algo más hermoso que el embriagante perfume de una rosa o el onírico paisaje de un rhus rojo reflejándose en las apacibles aguas de un estanque? Cuando nos adentramos en el jardín Kyu-Furukawa de Tokyo nos quedamos de repente inmersos en esa experiencia.
Está construido sobre una pendiente y consta de dos partes: una mansión con jardín occidental en la parte superior y un jardín japonés en la parte inferior.
La mansión occidental fue construida con el estilo de las casas de la aristocracia inglesa de finales del siglo XIX. Eso tiene una razón: tanto la misma como el jardín de rosas que lo acompaña,
fueron diseñados por el arquitecto inglés Josiah Conder (1852-1920), quien llegó a Japón invitado por el gobierno Meiji, como parte de su programa para hacer de
Japón un país moderno e industrializado. Como parte de su labor diseñó numeroso edificios y enseñó y formó a muchos futuros arquitectos, algunos de los cuales luego se convirtieron en referentes de la arquitectura japonesa.
Paradójicamente vino a Japón a enseñar y termino aprendiendo, porque se apasionó con la cultura tradicional japonesa. Estudió pintura, y se involucró profundamente en el Ikebana y la jardinería, siendo el responsable de haber acercado por primera vez y de una manera inconfundible el jardín japonés a occidente. Sobre estos escribió 2 libros y uno sobre el arte del arreglo floral. Aún hoy y a pesar de la abundancia de literatura acerca de estos temas, el arquitecto inglés sigue siendo un referente importante.
El jardín que está frente a la mansión está compuesto por setos recortados que conforman diferentes figuras geométricas. En su interior
encontramos gran variedad y cantidad de rosas.











Las hay de todo tipo, aterciopeladas de pétalos color borra vino, de blancos etéreos, suaves y frágiles rosadas, con aromas dulces, intensos y otras con perfumes delicados apenas perceptibles. Una verdadera fiesta para los sentidos que podrán disfrutar viendo el video al final de esta entrada. Cuando uno se puede desprender de ese encantamiento, recién puede continuar el camino para conocer el resto del lugar.


Bajando por una gran escalinata un paisaje completamente diferente nos envuelve.
Sobre nuestras cabezas se yerguen altos y añosos árboles y un clima de sosiego se respira. Nos encontramos en la parte inferior con el jardín japonés creado por el diseñador Ogawa Jihei (1860-1933). Caminando por el estrecho sendero nos encontramos con el estanque, que constituye el centro del jardín, y presenta la forma del kanji (ideograma) del corazón.


Nuestra atención se ve atraída por el hermoso espectáculo: a orillas del estanque se reclina un grácil rhus cuyas hojas ya están completamente rojas, en contraste con los otros árboles.



El cuadro se completa con una gran linterna de piedra concebida para iluminar la nieve en las noches de invierno. Un sencillo puente de madera y una cascada escondida son otros elementos que componen el paisaje. Así termina nuestro recorrido por los jardines Kyu-Furukawa, donde la tradición occidental se encuentra con la oriental y conviven armoniosamente.

No olviden ver el video de las rosas!





sábado, 24 de noviembre de 2007

Sinfonía luminosa

Una entrada para mirar. El tradicional arte de fuegos artificiales se mostró en todo su esplendor en la fría noche de ayer, 23 de noviembre. La fiesta duró 1 hora y media, con el marco del río Sai, que corre a un par de cuadras del departamento donde estamos. Fue sencillamente maravilloso, lamentablemente no hay forma de transmitirlo, pero al menos, lo intentamos. Que lo disfruten

martes, 13 de noviembre de 2007

El Gran Buda de Kamakura

Hace más de 800 años, el general Minamoto no Yoritomo (1147-1199) protagonizaba un cambio revolucionario que introducía a Japón en la época medieval. Así nacía el shogunato, que iba a ostentar el verdadero poder en contraposición con el papel casi simbólico del emperador y su corte. Yoritomo no era oriundo de Kyoto, la antigua y lujosa capital, su base de poder estaba hacia el este, en la ciudad de Kamakura, situada en la región de Kanto, a una hora de viaje en tren de la actual Tokio. A partir de allí, dicha ciudad “competirá” con Kyoto en la edificación de fabulosos templos y santuarios. Uno de los más famosos es el Kotuku-In, cuya trascendencia lo ha convertido en uno de los íconos de Japón.

Mapa superior: Kamakura se encuentra a 350 km al este de Kyoto, está edificada entre colinas alrededor de una pequeña bahía.

Inadano Tsubone, una dama que cuando joven había servido al primer shogun, se decidió a hacer realidad un viejo sueño de su señor, ya fallecido. Ya que Kamakura era ahora la capital de hecho de Japón, ¿Porqué no construir una gran estatua de Buda similar a la que adoraban en Nara, cerca de la vieja capital de Kyoto? Ella hizo público su deseo y consiguió el apoyo de la viuda de Yoritomo, Hojo Masako (1157-1225) y principalmente Joko, un sacerdote de la provincia de Totomi.

Las cosas no eran sencillas en aquella época, era necesario recolectar fondos para semejante empresa. Joko se encargó personalmente de viajar por todo el país para juntar los fondos necesarios. La tarea demandó muchos años, recién en 1238 se pudo empezar el trabajo de esculpir la gran estatua en madera. Después de 5 años se pudo felizmente inaugurar la anhelada imagen, corría el año 1243, el sueño de Yoritomo se había concretado después de 50 años de larga espera y sobre todo, mucho trabajo.

La alegría no duró mucho, el recinto del templo y la gigantesca estatua se encontraban a 700 metros del mar, y es bien sabido que en el verano fuertes tifones sacuden la costa este de Japón. Las fuertes lluvias y vientos dañaron severamente la estatua en 1248 y derribaron el gigantesco templo que la guarnecía, apenas 5 años después de su inauguración. Inadano Tsubone y Joko no se desanimaron, estaban acostumbrados a vivir en un país de terremotos, tifones y maremotos, pero la próxima estatua debía ser en bronce. Nuevamente a juntar fondos y trabajar duro. Se reunieron más de 100 toneladas de metal y se trabajó por 4 años más. Finalmente, en el verano de 1252, se completó la espléndida estatua. Esa imagen es la misma que contemplamos hoy.

En el mapa superior podemos ver la ubicación del Daibutsu, al oeste de la ciudad de kamakura y a escasa distancia de la costa

Luego de la inauguración de la estatua de bronce se construyó ese mismo año un templo para alojarla, pero un tifón lo derribó en 1335. Se reconstruyó, duró poco más de 3 décadas, un vendaval lo destruyó. La cuarta reconstrucción del templo se realizó más tarde, hasta que en 1495 un tsunami sin precedentes lo borró literalmente del mapa, dejando la estatua completamente expuesta. Se intentó reconstruirlo siglos más tarde, pero el sacerdote de la iniciativa murió y no se pudo concretar la idea. Por lo tanto, desde 1495, la estatua de Buda se encuentra allí, indiferente al viento, a los tifones, al fuerte sol del verano y la fría nieve del invierno. Incluso se mantuvo sin inmutarse cuando ocurrió el gran terremoto de 1923, que destruyó buena parte de la región. Incluso la visita diaria de miles de turistas que se olvidan de que están en un lugar sagrado no parecen molestarle.

La estatua que ha atravesado toda calamidad pesa 121 toneladas, tiene 13 metros de alto y 9 de ancho. Su nombre en japonés es Daibutsu, dai es gran y butsu Buda. Es una representación de Buda Amitabha, el Señor de la Tierra Pura del Oeste, donde van las almas virtuosas. Por ello no es casual su localización en las estribaciones de las colinas del oeste de Kamakura. Amitabha significa Luz infinita.





Realmente la gigantesca figura de Buda sentado en meditación es sobrecogedora. Aún más que la otra gran estatua de Buda de Nara, que a pesar de que es mas grande el hecho de estar dentro del templo le quita grandiosidad. El rostro está dirigido justo hacia el océano, aunque la mirada que asoma por sus ojos entrecerrados se encuentra dirigida hacia dentro, hacia el océano interior de la conciencia. Irradia serenidad y quietud, aún en medio de la muchedumbre de visitantes.







Ofrendas de frutas y flores presentadas al pie del Daibutsu



La postura meditativa de las manos con los dedos cruzados crean un mudra o cierre energético

La situación de la estatua al aire libre le da un aire especial. El fondo cambia continuamente, el celeste del cielo pronto es invadido por blancas nubes. La fuerte luz del sol es pronto reemplazada por la fresca luz de la luna. El verde follaje del verano estalla en amarillo y rojo en otoño. No pasará mucho para que un manto blanco cubra la estatua. Pero Buda no se inmuta, a pesar de su sencilla vestimenta. Realmente encarna el estado del nirvana, más allá del cambio, más allá de lo humano, y aún así, ofreciendo su infinita compasión a todos.

viernes, 2 de noviembre de 2007

A la caza de las hojas otoñales

Caen las hojas muertas

y yo estoy, en silencio, sentado de noche en mi cabaña.

Es difícil juzgar

si esta lloviendo

o si no esta lloviendo.


Minamoto no Yorizane, siglo XIII


Los tiempos de los monjes que se retiraban solitarios a una cabaña escondida en las montañas quizás haya pasado, pero la sensibilidad hacia el movimiento y cambio de la naturaleza se ha mantenido invariable. ¿Llueve o no llueve? La lluvia de hoy tiene color, esa es la magia del otoño. Incluso a los chicos les gusta “chapotear” sobre la densa capa de hojas caídas como si fueran charcos de lluvia.

El especialista en budismo zen, D.T.Suzuki escribió que la soledad es el espíritu de la naturaleza del otoño. En los viejos tiempos, cuando el clima obligaba a cambiar nuestro modo de vida, llegaba el otoño y quedaba atrás la expansión que se siente en verano, junto con las ganas de estar al aire libre y disfrutar del viento refrescante. Al estar más tiempo al aire libre, era mayor el contacto social. Pero hace apenas 100 o 150 años atrás, el otoño y el invierno, en las latitudes donde se encuentra Japón, el intenso frío obligaba a permanecer buena parte del tiempo en la casa. Incluso hoy en algunas zonas altas, los habitantes de algunos pueblos están acostumbrados a trabajar intensamente la mitad del año, luego los metros de nieve caída que se mantienen bastante tiempo imposibilitan cualquier actividad.

Desde hace unas pocas semanas, en los mismos noticieros se ven imágenes de los árboles que estallan en mil colores. Se arman caminatas y excursiones para ir a los lugares que brindan el espectáculo otoñal. Se hacen festivales relacionados especialmente con el arce japonés, cuya hoja de cinco puntas se va tornando roja poco a poco. Incluso la dieta alimentaria muestra ciertos platos propios de la época, que incluyen hongos de estación, castañas, manzanas. También los kimonos han cambiado, en su mayoría ostentan colores opacos con guardas de hojas de arce rojas u ocres.

Buda dijo que lo único permanente es el cambio y esa afirmación contrasta con el ánimo conservador, que pretende dominarlo todo, incluso la caída de las hojas de los árboles. Refugiados en nuestras casas, con aire acondicionado que permite una temperatura templada todo el año, muchos de nosotros ya no percibimos el ciclo de las estaciones. Tampoco miramos el cielo con la luna y sus estrellas, no vemos desde las junglas de cemento ver salir y ponerse al sol, nos escondemos de la lluvia y el viento, en definitiva, nos hemos alejado del mundo natural. Tal es así que recuerdo algunas personas que consideran la mágica alfombra amarilla o cobriza que se forma en el otoño debajo de los árboles como algo sucio, y todas las mañanas se empeñaban en barrer esa suciedad. En realidad barrían la magia de sus vidas.

A los japoneses les encanta contemplar los cambios que trae el ciclo de las estaciones. La costumbre no es nueva, en la época Heian (siglos VIII al XII) la contemplación de la naturaleza y sus cambios estacionales era el pasatiempo predilecto de la nobleza, así obtenían la inspiración necesaria para componer poemas y obras de arte. Con el período Edo la costumbre traspasó las fronteras de las corte y se extendió gradualmente a toda la sociedad. Llegada la época, por doquier se organizaban fiestas para poder disfrutar de los paisajes otoñales.



Como ya les habíamos contado en primavera esta la costumbre del Hana mi, es decir contemplar los cerezos en flor. Para el otoño se realiza el momiji-gari que consiste en observar el cambio de color de las hojas, en particular el enrojecimiento de los arces y el amarillamiento de los ginkgo biloba.


El significado literal de momiji-gari es “A la caza de las hojas otoñales”. Al contrario del fenómeno de la primavera, donde el florecimiento de los cerezos se produce de sur a norte (comienza en Okinawa y se extiende hasta Hokkaido), en otoño el cambio de color de las hojas se realiza de norte a sur. Programas de televisión registran paso a paso este proceso, donde el otoño ilusoriamente parece avanzar, como si fuera una tormenta o un tifón.


Regularmente vamos al supermercado que está a unas cuadras de aquí. Pero ahora cuesta no dirigir nuestra mirada hacia el espectáculo onírico que brindan los árboles que flanquean la calle que pasa por delante. Una verdadera sinfonía de matices verdes, amarillos, ocres, naranjas, rojos está en plena ejecución.





Un poco más allá, el parque, es una pintura. No somos los únicos que queremos captar pobremente con una cámara fotográfica el momento. Es increíble, son simplemente árboles que pierden hojas, como todos los años, pero en pocos días el cambio es tan rápido y evidente que nos da la sensación de estar en otro mundo. Previamente hemos pasado por el campus de la Facultad de Ingeniería, los ginkgos se han puesto amarillos de un día para el otro.

El hecho es que la naturaleza sigue su curso, es irremediable. Las hojas de los árboles que vimos florecer en primavera, apenas unos meses atrás, hoy las vemos caer, una tras otra, una tras otra, ayudadas por alguna ráfaga de viento. Cuando caen no sienten dolor, no se aferran en ningún momento a la rama, simplemente, se entregan al aire, y luego a la tierra, a la madre tierra. Allí desaparecerán, olvidarán que fueron hojas, y ocurrirá el milagro, se transformarán en otra cosa. Alimentarán quizás al mismo árbol, o una planta, una flor, que a su vez alimentará probablemente a una abeja. Así en el escenario planetario, la materia y la energía danzan continuamente, se transforman sin cesar. La hoja caída este otoño se transforma con el tiempo en polen, y vuelve a volar…