Nos habíamos enterado por casualidad, como muchas veces nos ha pasado, de una gran exposición donde se mostraban 2000 crisantemos para todos los gustos. Pero la sorpresa fue que antes de llegar a esa exposición en el parque Hibiya de Tokyo, fuimos a visitar otros lugares como jardines tradicionales o santuarios shinto, y cada lugar había organizado su pequeña exposición de crisantemos. Pequeña es una forma de decir, eran cientos las flores que se mostraban en cada lugar. Parque Hibiya de Tokyo
Resulta asombroso el grado de perfeccionamiento y la diversificación que ha tenido el cultivo en Japón. No es por casualidad, es el emblema o blasón del emperador. Por eso se conoce al trono japonés como Trono del crisantemo o Kikukamonsho, kiku es crisantemo en japonés. El crisantemo que se toma como emblema es el amarillo o dorado y se lo representa con 16 pétalos. Incluso los demás integrantes de la familia imperial tienen emblemas muy similares, que apenas se diferencian del que usa el emperador para firmar documentos oficiales. No pueden usar el mismo. Tal emblema es el icono de la monarquía actual más antigua del mundo, y tácitamente fue aceptado como símbolo nacional hasta hace muy poco, recién una ley de 2005 establece su uso como tal. Banderas con el emblema imperial. Santuario en Kamakura.
Ahora bien, si vemos el icono imperial, no parece una flor de crisantemo. Se trata de una variedad particular denominada hironishi que se unió a los destinos imperiales por su semejanza con el sol y sus rayos. Según la tradición, el emperador de Japón se considera descendiente de la diosa del sol, Amaterasu. Entonces el crisantemo es una de las formas terrestres de la diosa. Su sacralidad y su poder hicieron que hasta el siglo pasado su cultivo fuera un privilegio de la familia imperial y la nobleza. El pueblo común no podía cultivarlo ni representarlo artísticamente.
En Occidente penetró no hace mucho, históricamente hablando por supuesto. El capitán de la marina mercante francesa (y aficionado a las flores) Pierre Blancard, vuelve de su viaje al Lejano Oriente en 1789, atracando en Marsella el mismo año de la revolución. De China trae tres ejemplares de una flor de otoño desconocida sin perfume, pero hermosa por su colorido. El capitán vivía en un pueblito cerca de allí, en el jardín de su casa plantó los ejemplares, de los cuales uno sobrevivió y se convirtió en la abuela de los crisantemos de Europa. Un día el capitán, ya jubilado, sacó un ramo del ya asentado cultivo y se lo regaló a la emperatriz Josefina. Las flores no tenían nombre, así que Josefina intrigada consultó a los botánicos del jardín imperial, los cuales desconocían obviamente la flor. Resultado: decidieron llamarle Chrysanthemum, Chrysos oro y anthemos flor, por su coloración amarilla fuerte. El nombre Flor de oro se extendió rápidamente.
El origen en realidad del crisantemo es chino, donde se cultivaba desde tiempos inmemoriales. Incluso una ciudad antigua, Ju-Xian, significa ciudad del crisantemo. Hubo que esperar al 800 d.C. para ser introducida en Japón y ser adoptada como símbolo imperial, aunque algunas fuentes señalan que ya se conocía en el siglo IV. En China desde la antigüedad se usó como hierba medicinal (y aún se utiliza) ya sea para el dolor de cabeza como para los estados gripales. En Japón se dice que las geishas lo usaban por los dolores menstruales.
Pero aquí vienen las diferencias culturales, una flor tan apreciada en Oriente como símbolo de vida y poder supremo, en Occidente los creyentes la suelen llevar al cementerio el día de los muertos. Esto se debe a que, además de su infinita variedad, el crisantemo es apreciado por su floración tardía, en la segunda mitad del otoño (noviembre es el mes de los crisantemos en un país del hemisferio norte como Japón). Su florecimiento en el ocaso del año transmite un mensaje de esperanza, aunque su asociación con la muerte en la cultura occidental contemporánea lo carga de sentimientos negativos.
Nos gustaría quedarnos con la visión oriental, así que les contamos una breve historia:
Corrían los años de los Reinos Combatientes en China, faltaba poco para que uno de los reinos centralizara completamente el poder. El señor de Qin poco a poco estaba conquistando los demás reinos. En el medio de estas continuas luchas, el noble Tan-Son, que gobernaba una provincia del sur, fue derrocado. De repente se vio obligado a dejar su vida acomodada y huir hacia el norte como un perro, refugiándose en un pequeño pueblo. Estaba sumido en una completa depresión, no sabía que hacer ante esa situación inesperada. Fue ahí cuando Ta-Son tuvo una revelación: en pleno otoño una flor vibrante desafiaba el ya riguroso clima del norte. Una simple flor podía enfrentarse con éxito a una situación que se podía comparar con la suya. Inmediatamente recuperó su confianza, no así sus ansias de poder, dedicó el resto de su vida a componer poemas inspirados por la flor que de alguna manera le había enseñado que la vida siempre se abre paso.
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