martes, 28 de agosto de 2007

El jardín de la poesía

El jardín Rikugien de Tokio es uno de los que más nos ha gustado, en realidad podemos decir que “todos nos gustaron más”, es difícil hacer comparaciones. Como siempre, destacamos la experiencia de pasar de la ciudad moderna a ese refugio casi secreto donde uno se encuentra solo, aunque esté acompañado, no es una contradicción, la paz del lugar hace que uno se contacte con sí mismo. Para nosotros, esa es la finalidad del jardín japonés.

El Rikugien es un inmenso jardín de paseo, montañas y lago que data del año 1702, pleno período Edo, cuando la antigua Tokio había pasado a ser el centro de poder. Numerosos jardines señoriales se realizaron para disfrute de las clases privilegiadas. Es de destacar que la amplitud del jardín (unas 9 hectáreas) permite la creación de múltiples espacios bien diferenciados. Desde la entrada se pasa a un espacio cerrado por arbustos y árboles altos, diversos senderos se abren desde aquí hacia otros sectores del jardín. Hacia la izquierda entramos a un espacio abierto desde donde se contempla el inmenso lago. A la derecha podemos observar un bello puente rústico que conecta la costa con la Imoyama Seyama, una isla con dos pequeñas montañitas que representan a la pareja primordial: Izanagi e Izanami.

Cerca de allí un grupo de personas se encuentra absorta

tratando de captar la belleza del jardín por medio de la pintura.


Siguiendo el recorrido por la derecha pasamos por un puente compuesto de dos piedras al Fujishiro-Toge, una montaña de 35 metros de altura desde donde se obtiene una espléndida vista del jardín.

Por detrás de la montaña entramos en un espacio completamente diferente, un sombrío bosque que rodea a un curso de agua.






Remontando el mismo llegamos a una casa rústica de té,

completamente abierta. Al sentarnos en un banco

quedamos atrapados en un perfume embriagante.



A unos metros de allí está la causa: una maceta con flores blancas llamadas Casablanca. Asi en la sombra que

proporciona la casita de té, nos quedamos un ratito disfrutando de un momento sereno y agradable.



Más adelante, del lado opuesto a la entrada al jardín, hay una casa de té formal. Desde allí se puede ver a la izquierda el puerto de la barca, en la isla que citamos antes. Delante de ella se puede distinguir una roca que apenas se asoma a la superficie del lago, es la Garyu-seki: Roca del dragón durmiente. Podemos ver el lomo del dragón durmiendo plácidamente en las aguas del lago.


En la costa de enfrente, a la derecha de la foto, observamos la linterna de piedra, que a pesar de su tamaño, posee un gran protagonismo en el jardín.

Seguimos avanzando y descubrimos otra casa de té similar a la primera que habíamos visto, aquí el sentido que se despierta no es el olfato, sino el oído: una cascada fluye muy cerca de allí. Por medio de un camino de piedras que afloran sobre el arroyo nos podemos acercar a verla.








Ya nos vamos acercando al final del recorrido, llegamos al extremo del espacio abierto por donde comenzamos el recorrido. Se puede observar más claramente la linterna de piedra y una composición de rocas que se llama Horaijima, la misma alude a la mítica tierra de los bienaventurados. Unas aves se posan en las rocas.

Enfrente vemos nuevamente la barca y al dragón, que sigue durmiendo.

El Rikugien es un jardín dedicado a la poesía japonesa Waka, ya que su nombre refiere a dicha forma de poesía. En su origen, hace 300 años, el jardín poseía 88 marcas de piedra desde las cuales se podían disfrutar vistas especiales a lo largo de todo el ciclo estacional, algunas correspondían a la primavera por ejemplo, como en el caso del cerezo en flor. Realmente, el jardín está plagado de esos lugares inspiradores, que lo sumergen a uno en el punto donde la poesía nace espontáneamente.